“La
liturgia nos invita hoy a fijar nuestra mirada en este misterio de luz. En el
rostro transfigurado de Jesús brilla un rayo de la luz divina que él tenía en
su interior. Esta misma luz resplandecerá en el rostro de Cristo el día de la
Resurrección. En este sentido, la Transfiguración es como una anticipación del
misterio pascual.
La
Transfiguración nos invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz
de Dios presente en toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la
creación el Todopoderoso dice: "Fiat lux", "Haya luz" (Gn
1, 3), y la luz se separó de la oscuridad. Al igual que las demás criaturas, la
luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que
acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, "su fulgor es como
la luz, salen rayos de sus manos" (Ha 3, 4). La luz -se dice en los Salmos-
es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104, 2). En el libro de la
Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de
Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es "un reflejo de la luz
eterna", superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29 s). En el Nuevo
Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios.
Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal.
Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el
pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres
y el camino de la historia. "Yo soy la luz del mundo -afirma en el
Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de
la vida" (Jn 8, 12).
¡Cuánta
necesidad tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal
para experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don
María, a quien ayer, con particular devoción, recordamos en la memoria anual de
la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor”. (Benedicto XVI, Ángelus domingo 6
de agosto de 2006)
No hay comentarios:
Publicar un comentario