jueves, 31 de julio de 2014

SAN IGNACIO Y LAS BUENAS LECTURAS

Emociona comprobar cómo Dios ha conquistado muchos corazones sirviéndose de los buenos libros; y la vida del joven Ignacio es también ejemplo de ello. Buenas y amenas lecturas en tiempos de convalecencia, poco a poco fueron despertando en su alma un gusto y sed insaciables por las cosas de Dios, que terminarán por convertirlo en un grandioso soldado de la gloria de Dios. Así se lee en el Oficio de Lecturas de su fiesta:

Ignacio era muy aficionado a los llamados libros de caballerías, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum, escritos en su lengua materna.
Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A intervalos volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.
Pero, entretanto, iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Jesucristo o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo:
¿Y si yo hiciera lo mismo que san Francisco o que santo Domingo?
Y, así, su mente estaba siempre activa. Estos pensamientos duraban mucho tiempo, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también por largo tiempo, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión dé pensamientos duró bastante tiempo.
Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. De esta diferencia él no se daba cuenta ni le daba importancia, hasta que un día se le abrieron los ojos del alma y comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo, que, mientras una clase de pensamientos lo dejaban triste, otros, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios”. (De los Hechos de san Ignacio recibidos por Luis Gonçalves de Cámara de labios del mismo santo (Cap. 1, 5-9: Acta Sanctorum Iulii 7, 1868, 647)

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