lunes, 21 de julio de 2014

RAZONES DE UNA LITURGIA DEVALUADA (II)

El "asambleísmo", verdadero dogma de la liturgia moderna, es otro de los factores que ha devaluado notablemente el culto de la Iglesia.  A este respecto escribe Trower: “La segunda idea dominante es que la liturgia debe ser utilizada para generar cohesión social. La gente debe sentirse ella misma en Misa y verse claramente como lo que es, una comunidad fuertemente unida. La influencia de Buber en esta área ha sido abrumadora. Por supuesto que los cristianos han de ser reconocidos por su amor a sus semejantes, pero eso debe quedar patente en la totalidad de sus vidas. No es necesario presumir de ello en la Iglesia. El espíritu del culto sufre si se centra la atención al margen de Dios, en la asamblea.
Aquí no puedo hacer otra cosa sino citar de nuevo a Nichols: “Un sentido comunitario que no surge de la celebración ritual del culto, sino que es buscado por sí mismo, pronto resulta evanescente, superficial o ambas cosas. Lo más que puede hacer es producir una atmósfera transitoriamente condescendiente que es finalmente frustrante”. Y añade aún más oportunamente: “Igual que pasa con la felicidad, la comunidad no surge si se la busca directamente; más bien es una consecuencia indirecta y vital de estar inmerso en otras cosas”.
Casi la misma opinión había sido mantenida mucho antes por Guardini. En El espíritu de la liturgia explica por qué la liturgia ha de ser desprendida, objetiva, y estar bien regulada, por qué no debe conceder espacio para la expresión de sentimientos personales. La Iglesia universal, señala, acoge a hombres y mujeres de todo tipo de temperamentos. Para que todos ellos se puedan unir en el culto, la liturgia debe estar por encima del nivel de sus diferencias emocionales. Las expresiones de sentimiento personal y entusiasmo en el culto público, insiste, son características de las sectas religiosas” (p. 715).
El efecto más perturbador de un asambleísmo comunitario exacerbado en la liturgia es que arraiga más y más a la comunidad en su propia cotidianidad; repliega a sus participantes sobre sí mismos y su estrecho mundo en vez de abrirlos e invitarlos a participar activamente de la liturgia celeste. “Una liturgia diseñada para generar sentimiento comunitario en lugar de elevarnos temporalmente de los lugares comunes diarios, nos deja firmemente plantados en ellos”, concluye Trower (p. 716).

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