sábado, 29 de mayo de 2021

ELEVACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Decía San Juan Damasceno que «la oración es la elevación del alma a Dios». Por lo general, a nuestra alma, tan pegada a la tierra, le cuesta elevarse hasta las alturas de Dios; sin embargo, hay ocasiones en que Dios mismo la toma, como si de un pajarillo se tratase, para colocarla en la copa de un alto árbol y desde allí mostrarle las maravillas del mundo sobrenatural. Algo así sucedió a Santa Isabel de la Trinidad cuando escribió su Elevación a la Santísima Trinidad, luego de horas de retiro y contemplación ante el Santísimo Sacramento. Esta sublime oración es el fiel reflejo de toda su vida interior. Pero si hay algo que marcó profundamente su camino espiritual, es la creciente fascinación por la presencia de la Trinidad en su alma, fascinación que encendía su corazón en un amor rendido y lo incitaba a convertirse en una perpetua alabanza de gloria «a sus Tres». En fin, un texto ad hoc para meditar en la fiesta de la Trinidad Beatísima.

***

«¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro Misterio!

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión preferida y el lugar de vuestro reposo. Que nunca os deje solo; antes permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reserva a vuestra acción creadora.

¡Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos. Luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. Oh amado Astro mío, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh Fuego abrazador, Espíritu de amor, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que yo sea para Él una humanidad suplementaria, en la que Él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobrecita criatura, cubridla con vuestra sombra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis «Tres», mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, me entrego a vos como una presa, sepultaos en mí para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas».

 

21 de noviembre de 1904

 

(Versión de M. M. Philipon. O.P., La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, Buenos Aires 1943, pp. 327-328).

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