martes, 11 de mayo de 2021

HOY Y AHORA, EXHORTACIÓN DEL NACIANCENO A NO RETRASAR EL BAUTISMO

En una homilía de Navidad, la número 40, San Gregorio Nacianceno nos ha dejado una bellísima catequesis sobre el Bautismo como el sacramento de la iluminación. Parte de este sermón está dedicado a exhortar a los fieles a no dejarse llevar por la idea –extendida aún en tiempos de Gregorio entre los catecúmenos– de postergar la recepción del Bautismo para la vejez o para el término de la vida. Al laudable deseo de no manchar la túnica blanca de la inocencia bautismal durante la vida, se unía también en estos casos una comprensión deficiente y quizá demasiado «utilitarista» del valor y significación del baño bautismal. Las palabras de Gregorio manifiestan que tal costumbre no era vista con buenos ojos por los pastores de la Iglesia. San Gregorio advierte que, como apuesta, este proceder siempre es riesgoso: una muerte repentina puede dejarnos privados del bautismo para siempre, con sus consecuencias irreparables. Pero más interesante aún, es notar cómo advierte a sus oyentes del sutil engaño que aquí se esconde: es como un susurro de Satanás diciéndote al oído: Dame a mí el presente y ofrécele a Dios el futuro; dame el «hoy» y endósale a Dios el «mañana». Los consejos ofrecidos aquí por el Nacianceno tienen una perenne actualidad en los combates de la vida cristiana. No podemos jugar con un mañana que ni siquiera sabemos si llegará para nosotros; el tiempo de Dios es siempre el hoy. «¡Mañana!: alguna vez es prudencia; muchas veces es el adverbio de los vencidos», escribió San Josemaría en Camino (n. 251).

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«Procúrate la salvación y considera cualquier oportunidad como apta para el Bautismo. Si nunca prestas atención al hoy y acechas el mañana, te pasará inadvertido que el maligno, según es en él costumbre, te engaña cada poco tiempo. Dame a mí el presente, y el futuro a Dios. A mí la juventud, a Dios la vejez. A mí los placeres, a él la inutilidad. ¡Cuán grande es el peligro que te rodea! ¡Cuán grandes las desgracias! ¡Mayores de lo que piensas! Fuiste víctima de la guerra, te sepultó un terremoto, te tragó el mar, te devoró una fiera, te consume una enfermedad o, tal vez algo diminuto: se te ha atragantado una migaja de pan. ¡Qué hay más fácil que hacer morir a un hombre, por muy orgulloso que esté de ser imagen de Dios! Tal vez acabó contigo una fiesta inmoderada, o te derribó el viento, o quizá una medicina que en vez de saludable resultó dañina, o un juicio inhumano, o un verdugo inexorable, o, en fin, cualquiera de las cosas que produce una muerte súbita y más poderosa que el socorro con que se acude a remediarla.

Mas si te previenes con el sello y aseguras tu futuro con la más sólida y bella de las ayudas, marcado en alma y cuerpo con Espíritu y ungüento al igual que antaño hiciera Israel durante la noche con la sangre que protegía a los primogénitos, ¿qué podrá sucederte?...

¿Temes acaso la gracia y demoras la purificación por no corromperla, con temor de no disponer de otra? ¿No te inspira mayor temor correr peligro en la persecución y verte privado de lo más importante que posees, que es Cristo? ¿Por tal motivo huyes de ser cristiano? ¡Recházalo! Tal miedo no es propio de una persona sana, es razonamiento de demente. ¡Oh imprudente precaución, si es menester decirlo! ¡Ah mañas del maligno! ¡Es oscuridad y como finge! Si no puede vencer en enfrentamientos abiertos conspira en la oscuridad. Se presenta como consejero, como si fuera bueno, procurando que de ningún modo podamos escapar a su acoso. Esto es, sin duda alguna, lo que trama también en esto caso. Pues no pudiendo persuadir manifiestamente a despreciar el Bautismo, desea causar daño mediante una falsa seguridad para que tu propio temor te haga olvidar lo que temes: temeroso de destruir el don, por tal motivo precisamente, te privas de disfrutarlo. Falso es el maligno y jamás dejará de serlo hasta que no compruebe que nos apresuramos hacia el cielo del que él fue arrojado. Más tú, varón de Dios, descubre la estrategia del enemigo y entabla combate contra él por defender lo que verdaderamente importa. Mientras seas catecúmeno, estarás a la puerta de la religión cristiana. Es preciso que estés dentro, que traspases el umbral, que examines las cosas santas de los santos y que habites con la Trinidad. Grandes son las cosas por las que luchas. Has menester de una gran seguridad. Defiéndete con el escudo de la Fe. Se atemorizará en tu presencia cuando emplees tales armas. Por eso quiere despojarte de la gracia, para una vez desarmado y sin amparo, dominarte con facilidad. Busca adueñarse de cada edad, de cada forma de vida por un medio distinto. Recházalo recurriendo a todos los procedimientos» (San Gregorio Nacianceno, Homilías sobre la Natividad. Homilía 40, Ed. Ciudad nueva 1986, , nº 14, 16 y 17).

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