Sorpresa
ha causado la nota aclaratoria de la Sala de Prensa de la Santa Sede
desautorizando la voz del Cardenal Sarah sobre la conveniencia de la celebración
ad orientem, o, como también me gusta
llamarla, ad Tabernaculum, que es materia
de su total competencia. En todo caso, cuando
de materias litúrgicas se trata, nada más prudente que oír la voz del papa
Ratzinger, el abuelo sabio que está en casa, como gusta decir al Papa
Francisco. Y esta es su opinión:
«Para
el cristiano que asiste regularmente a la celebración de la liturgia, los dos
efectos más obvios de la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio
Vaticano II parecen ser la desaparición del latín y la colocación del altar
cara al pueblo. El que lea los textos más relevantes de la Constitución
conciliar no podrá menos de extrañarse de que ninguno de esos elementos se
encuentre literalmente en los documentos del Concilio. No cabe duda de que el
empleo de las lenguas vernáculas está permitido, sobre todo en la liturgia de
la Palabra, pero la regla general que precede al texto conciliar dice
literalmente: «Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos,
salvo derecho particular» (Sacrosanctum
Concilium 36, 1). Sobre la orientación del altar de cara al pueblo, el
texto no dice nada; ese detalle no aparece más que en las Instrucciones
postconciliares. La directiva más importante se encuentra en el párrafo 262 de
la Institutio Generalis Missalis Romani (Instrucción
General sobre el nuevo Misal Romano), publicada en 1969, que dice así: «Es
preferible que el altar mayor se encuentre exento, y no pegado a la pared, de
modo que se pueda rodear fácilmente y celebrar el servicio divino cara al
pueblo (versus populum)». Y la
Instrucción General sobre el Misal, publicada en 2002, mantiene el texto
inalterado, aunque añade una cláusula subordinada: «Lo cual es deseable siempre
que sea posible». En muchos sectores, esta cláusula se interpretó como una
manera de forzar el texto de 1969, para hacerle decir que, en adelante, era
obligatorio colocar el altar de cara al pueblo, donde fuera posible. Sin
embargo, esa interpretación fue rechazada el 25 de septiembre de 2000 por la
Congregación para el Culto Divino, al declarar que el término expedit (= es deseable) no implicaba una
obligación, sino que era sólo una sugerencia. La Congregación decía que la
orientación material debe distinguirse de la espiritual. Aunque el sacerdote
celebre versus populum, siempre
tendrá que estar orientado hacia Dios por medio de Jesucristo (versus Deum per Iesum Christum). Los
ritos, los signos, los símbolos y las palabras jamás podrán explicar de manera
exhaustiva la realidad misma del misterio de la salvación. Por eso, la
Congregación añade una advertencia contra cualquier postura unilateral y rígida
en este debate.
Es una clarificación importante, porque da a
entender lo que en las formas simbólicas externas de la liturgia es puramente
relativo, y se opone al fanatismo que, por desgracia, ha sido tan frecuente en
las controversias de los últimos cuarenta años. Al mismo tiempo, subraya el
dinamismo interior de la acción litúrgica, que jamás podrá expresarse en su
totalidad por medio de fórmulas puramente externas. Y esa orientación interior
es válida tanto para el sacerdote como para el pueblo congregado; es una
orientación hacia el Señor, es decir, hacia el Padre, por medio de Cristo, en
el Espíritu Santo. De este modo, la respuesta de la Congregación aboga por un
nuevo planteamiento más relajado en el que podamos encontrar la mejor manera de
llevar a la práctica el misterio de la salvación. Y eso se conseguirá no con
una condena recíproca, sino con una escucha atenta de los diversos pareceres y,
lo que es más importante, con una apertura a la guía interna de la propia
liturgia…» (Prólogo de
Joseph Ratzinger –actual papa emérito Benedicto XVI- al libro de Uwe Michael
Lang, Volverse hacia el Señor, Ed.
Cristiandad, Madrid 2007, p 13-14).
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