En
muchas ocasiones el Papa Benedicto XVI se refirió a la persona y misión de San
Benito, su santo patrono. En el pensamiento del Papa Ratzinger San Benito y su
orden vienen siempre reconocidos como el alma que vivificó e hizo posible el
nacimiento de la cultura europea, hoy, por desgracia, amenazada en sus mismos cimientos
por una extraña resistencia a reconocer y abrazar sus raíces profundamente
cristianas.
«Mañana –decía a los
pocos meses de su ascensión a la Cátedra de Pedro- se celebra la fiesta de san
Benito abad, patrono de Europa, un santo al que aprecio de forma especial, como
se puede intuir por haber elegido su nombre. Benito, que nació en Nursia
alrededor del año 480, hizo los primeros estudios en Roma, pero, defraudado por
la vida de la ciudad, se retiró a Subiaco, donde permaneció cerca de tres años
en una cueva -el célebre "sacro speco"-, dedicándose totalmente a
Dios. En Subiaco, utilizando las ruinas de una ciclópea villa del emperador
Nerón, construyó, junto con sus primeros discípulos, algunos monasterios, dando
vida a una comunidad fraterna fundada en el primado del amor a Cristo, en la
que la oración y el trabajo se alternaban armoniosamente para alabanza de Dios.
Algunos años después, en Montecassino, dio forma definitiva a este proyecto, y
lo puso por escrito en la "Regla", la única obra suya que ha llegado
hasta nosotros.
Entre
las cenizas del Imperio romano, Benito, buscando ante todo el reino de Dios,
sembró, quizá sin darse cuenta, la semilla de una nueva civilización, que se
desarrollaría integrando los valores cristianos con la herencia clásica, por
una parte, y con las culturas germánica y eslava, por otra.
Hay
un aspecto típico de su espiritualidad, que hoy quisiera destacar en
particular. Benito no fundó una institución monástica destinada principalmente
a la evangelización de los pueblos bárbaros, como otros grandes monjes
misioneros de su época, sino que indicó a sus seguidores como objetivo
fundamental de la existencia, más aún, el único, la búsqueda de Dios: "Quaerere Deum". Pero sabía que,
cuando el creyente entra en relación profunda con Dios, no puede contentarse
con vivir de modo mediocre según una ética minimalista y una religiosidad
superficial. Desde esta perspectiva se comprende mejor la expresión que Benito
tomó de san Cipriano y que sintetiza en su Regla (IV, 21) el programa de vida
de los monjes: "Nihil amori Christi praeponere", "No anteponer
nada al amor de Cristo". En esto consiste la santidad, propuesta que vale
para todo cristiano y que es una verdadera urgencia pastoral en nuestra época,
en la que se siente la necesidad de arraigar la vida y la historia en sólidas
referencias espirituales». (Benedicto
XVI, Angelus, 10 julio 2005).
«Nuestra situación actual
-decía en otra ocasión- bajo muchos aspectos, es distinta de la que Pablo
encontró en Atenas, pero, pese a la diferencia, sin embargo, en muchas cosas es
también bastante análoga. Nuestras ciudades ya no están llenas de altares e
imágenes de múltiples divinidades. Para muchos, Dios se ha convertido realmente
en el gran Desconocido. Pero como entonces tras las numerosas imágenes de los
dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido,
también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la
pregunta sobre Él. Quaerere Deum buscar
a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en
tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo
subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de
la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una
ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es
la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para
escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura». (Benedicto XVI, Discurso en el Collège des Bernardins, París 12 de septiembre de 2008)
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