Cautivado
por la suerte que corren las flores junto al Sagrario, San Alfonso María de
Ligorio dirige entonces su corazón a los cirios que silenciosamente lucen y arden en la presencia de Jesús sacramentado:
¡Qué ventura la vuestra que así ardiendo
honráis, cirios, al vuestro y mi Señor!
Cual vosotros un día estar luciendo
quisiera mi alma, hecha luz y ardor;
y cual os vais vosotros derritiendo,
derretirme quisiera yo de amor.
¡Cuánto os envidio y que contento habría
con la vuestra en trocar la suerte mía!
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