sábado, 12 de octubre de 2019

JUAN XXIII Y LA GLORIA DE PÍO IX

Beato Pío IX y San Juan XXIII. 
Foto: larazon.es 

E
l Papa San Juan XXIII siempre guardó una profunda admiración por la figura de Pío IX, su predecesor de «santa y gloriosa memoria». El santo Pontífice albergaba en su corazón la esperanza de elevarlo al honor de los altares durante su pontificado, en particular durante el desarrollo del Concilio Vaticano II. La Providencia no lo dispuso así; pero cabe pensar que hubiese sido un acontecimiento muy significativo en vistas a favorecer una interpretación menos rupturista de los documentos conciliares. Finalmente ambos papas fueron proclamados Beatos por San Juan Pablo II en una misma ceremonia, el día 3 de septiembre de 2000. Por ahora desconocemos a quién corresponderá el honor de proclamar Santo al Papa de la Inmaculada y dar así cumplimiento al sueño del Papa Juan. Mientras tanto, recojo algunos textos de San Juan XXIII sobre su acariciado deseo de glorificar a Pío IX.

«Bendigo a su persona, la que me encantaría recibir en audiencia, y le aliento en una santa empresa que siento profundamente: la glorificación de Pío IX» (San Juan XXIII, Carta a Monseñor Canestri, 2-I-1959, postulador de la causa de beatificación de Pío IX).

«En la mansedumbre y en la humildad de corazón debe residir la disposición habitual para las sorpresas del Señor, que trata bien a sus predilectos, pero quiere a menudo probarlos con tribulaciones, las cuales pueden ser enfermedades del cuerpo, amarguras del espíritu, contradicciones tremendas, capaces de transformar y consumir la vida del siervo del Señor y del siervo de los siervos del Señor en un auténtico martirio. Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria; e, imitándole en sus sacrificios, querría ser digno de celebrar su canonización» (San Juan XXIII, Diario del alma, Retiro de 29 de noviembre a 5 diciembre de 1959 en el Vaticano).

«El otro Pontífice es el siervo de Dios Pío IX; el Papa de la Inmaculada: excelsa y admirable figura de Pastor del cual se escribió también comparándolo con N. S. Jesucristo, que nadie fue más amado y odiado que él por los contemporáneos. Mas su empresa, su entrega a la Iglesia, brillarán hoy más que nunca; unánime es la admiración para con él y S. S. gusta de confiar a sus oyentes una grata esperanza que acaricia en su corazón: que le conceda el Señor el gran don de poder decretar al honor de los altares durante el desenvolvimiento del XXI Concilio Ecuménico, al que decretó y celebró el XX Concilio Ecuménico Vaticano I» (Juan XXIII, Audiencia general de 22-VIII-1962).



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