Las oraciones al pie del
altar forman un impresionante y solemne pórtico de entrada a la celebración del
Santo Sacrificio en su Forma Extraordinaria. Sentimientos de alegría y
contrición profunda, de adoración y humilde súplica, de alabanza y gratitud, surcan
estas oraciones, disponiendo al sacerdote, a sus ministros, y a todo el pueblo
fiel, a acercarse lo más dignamente posible al altar de Dios, el nuevo madero
donde se renovará el Sacrificio de nuestra redención.
Tiempo
atrás, luego de leerla con mucho interés, guardé el texto de una conferencia de
Mons. Andrew Wadsworth sobre una de estas oraciones que se recitan al pie del
altar: el salmo 42. Ahora ofrezco una versión en español de esta conferencia,
siempre con el deseo de difundir las riquezas de nuestra extraordinaria y vieja liturgia.
Las oraciones al pie del altar
Meditación espiritual sobre el salmo 42
por Mons. Andrew Wadsworth
Día de Todos los Fieles Difuntos (2-Nov-2013)
Mañana de retiro organizada por Juventutem DC
Publicado por Kathleen Pluth en www.chantcafe.com
y Fr James Bradley en thineownservice.com
D
|
ado
que esta mañana en recuerdo de todos los fieles difuntos ha sido patrocinada
por el nuevo capítulo de Juventutem DC, pensé que podría ser apropiado ofrecer
algunas reflexiones sobre el nombre de «Juventutem» y su obvia referencia al
Salmo 42, salmo que se encuentra entre las oraciones al pie del altar recogidas
en la Misa Latina Tradicional. En la mayoría de las Misas según la Forma Extraordinaria,
el Salmo 42 se recita íntegramente. En casi todas las misas se dice al menos el
versículo 4 de este salmo. En las Misas cantadas, no suele oírse porque las
oraciones al pie del altar coinciden con el canto del introito y del kyrie. En
las Misas durante el tiempo de Pasión y en las Misas de Requiem (como la Misa
de Requiem por las almas de todos los fieles difuntos de esta mañana), se omite
el salmo, pero se conserva la antífona.
Aunque
los comentaristas a menudo no están de acuerdo en su explicación de los
orígenes de ciertos rasgos de la liturgia, parece que históricamente este acto
penitencial ocupó su lugar al comienzo de la Misa, al pie del altar, desde el
momento en que la liturgia romana se extendió por el territorio galo-franco.
Sin embargo, el salmo no logró entrar en muchos ritos de la Misa, ni siquiera
en la Edad Media tardía, ni durante mucho tiempo después. En las liturgias de
las órdenes religiosas, como la de los Cartujos y Dominicos, el Salmo 42 no
aparecía en los ritos de su Misa cuando estas órdenes se establecieron en el
siglo XIII. Incluso cuando se insertó, solo se recitaba el verso: Introibo ad
altare Dei. También ahora, cuando se omite el mismo salmo, la antífona se dice una
sola vez.
Este
salmo maravilloso expresa perfectamente el sentimiento que debe animar al
sacerdote cuando se acerca al altar. Expresa una gran verdad: el sacerdote se
siente poderosamente atraído por el altar. El sacerdote pertenece al altar y no
hay lugar donde sea más consciente de la realidad de su sacerdocio que cuando
está en el altar. El altar de Dios, sin embargo, es un lugar asombroso y santo,
pero allí está también el sacerdote, indigno siervo del Altísimo. Podrá quizá
recordar las palabras de San Juan Crisóstomo: «Cuando el sacerdote invoca al
Espíritu Santo y ofrece el Sacrificio admirable, dime: ¿en qué rango debemos
colocarlo? ¿Qué pureza le pediremos, qué reverencia?»
Cuando
el sacerdote se acerca al altar para celebrar la Santa Misa, anhela subir allí
para cumplir con su deber sagrado, de acercarse al Señor y estar unido a Él.
San Juan Crisóstomo continúa diciendo: «Con las palabras juventutem meam, el sacerdote también puede reconocer que desde sus
primeros días Dios ha sido su deleite y le ha concedido mil alegrías».
Estos
son pensamientos muy hermosos, pero este salmo expresa claramente sentimientos
encontrados y manifiesta algo propio de un corazón dividido, lo que forma parte
de nuestra condición humana. Contiene una suerte de lamento en el que, sin
embargo, se incluye un voto de dar gracias en el Templo. Incluso cuando estamos
ansiosos y las cosas no van como quisiéramos, podemos hacer el propósito de
alabar a Dios a pesar de cómo nos sintamos. Esta primacía de la voluntad sobre
las emociones es una de las primeras lecciones de la Misa, esencial para todo
aquel que quiera encontrar la felicidad en la Iglesia. Va muy en contra de
todos los consejos de esta época que sugieren que nuestros sentimientos son la
mejor guía de la realidad. A decir verdad, son la guía menos fiable, de la que
a menudo debemos desconfiar o incluso ignorar.
Lo
grandioso del Salmo 42 es que es una expresión muy pura del anhelo por Dios sin
esperar recompensa ni ningún otro beneficio: buscamos a Dios por el bien que Él
es en sí mismo y no en última instancia por un beneficio personal. Este
acercarse al altar con el que comienza cada Misa, resume en muchos sentidos
todo lo que sigue. Debemos notar que este subir al altar es siempre un subir
alegre y gozoso, incluso si la Misa deba celebrarse en circunstancias poco
alegres o quizá francamente tristes. Tal vez por esta razón los sirios llaman a
toda la Misa simplemente Kurobho, «acercamiento».
San
Ambrosio explica así el significado de este salmo a los que acaban de ser
bautizados: «El pueblo purificado, rico con estos adornos, se apresura al altar
de Cristo, diciendo: Iré al altar de Dios, al Dios que alegra a mi juventud;
porque habiendo dejado a un lado el abismo del error antiguo, renovado con la
juventud de un águila, se apresura a acercarse a esa fiesta celestial. Viene, y
al ver el altar santo arreglado, exclama: Has preparado una mesa a mi vista».
La
mayoría de nosotros nos acercamos al altar con nuestro bautismo recibido en un
pasado relativamente lejano; pero este aspecto esencial de nuestra identidad
cristiana es de gran importancia cada vez que asistimos a Misa. La designación
tradicional de «Misa de los catecúmenos» y «Misa de los fieles» nos recuerda el
inmenso privilegio que supone para los bautizados el hecho de que se les
permita permanecer durante toda la realización del ofrecimiento del Sacrificio
y, aún más, de acercarse al altar para la recepción de la Sagrada Comunión.
Estas
oraciones «al pie del altar», como explica Josef Jungmann en sus grandiosos
escritos sobre la historia del desarrollo de la Misa, solo se formaron después
del año 1000. Esto se debe a que antes del siglo XI, por regla general, no
había ningún escalón hasta el altar, ni siquiera una predela o plataforma. Sin
embargo, ya en el siglo IX, estas oraciones se habían introducido: «En el
camino al altar se reza en común el salmo 42, y al llegar a él, se le añaden,
para conclusión, dos oraciones, una de las cuales es nuestro Aufer.
Además, en las mismas fuentes se encuentran diversas apologías,
precursoras del Confiteor. Algunas de ellas las vemos antepuestas al salmo,
intercaladas otras, o también añadidas después de la oración final».
«Este
orden es el que prevaleció sobre otros esquemas parecidos... Raras veces se
señala con claridad como lugar para su recitación el pie del altar. Esto se
debió a que en algunos casos el sacerdote se revestía, o al menos se ponía la
casulla, junto al mismo altar, como era costumbre sobre todo en la misa
privada. En otros casos las rúbricas no determinan este detalle, consecuencia a
veces de las condiciones especiales del lugar, cuando, como ocurría con
frecuencia, el camino de la sacristía al altar era muy corto. Por otra parte,
comprendemos que no se haya querido poner obstáculo al piadoso deseo de recitar
con mayor devoción este salmo tan jugoso con más tranquilidad y atención solo
después de haber llegado al altar. Estos parecen haber sido los motivos que
llevaron en el misal de Pio V a la actual práctica».
Aunque
no podamos estar seguros sobre los orígenes de este salmo y su lugar en la
liturgia de la Misa, tenemos el salmo en sí mismo, que es digno de una atención
cuidadosa y amerita una lectura atenta. Me gustaría repasar brevemente este
salmo con ustedes y ofrecerles un pequeño comentario sobre las frases que he
destacado en sus folletos impresos:
- Júzgame, oh Dios
Pedimos
algo muy serio cuando le decimos a Dios que nos juzgue. Le pedimos que
escudriñe nuestro corazón y discierna nuestras motivaciones más profundas que
son las únicas que dan sentido a nuestras acciones. Muchas veces juzgamos a
otros por sus acciones con la esperanza de que nos juzguen por nuestras
intenciones. Sólo Dios tiene toda la ciencia necesaria para hacer tales
juicios. Por esta razón, Él, y sólo Él, es el juez de todo.
-Defiende mi causa de la
gente malvada
Siempre
deseamos que quede bien claro que nosotros no somos como los demás, pero
olvidamos que para Dios somos como la única persona que existe. ¡Él es fiel,
incluso cuando nosotros no lo somos!
-Líbrame del hombre inicuo
y engañador
Necesitamos
que Dios nos ayude y rescate, especialmente de aquellos que pueden causar
nuestra ruina: malas compañías, ocasiones de pecado, etc...
- Porque tú eres, oh Dios,
mi fortaleza
Una
profesión de fe que necesitamos hacer a menudo en el transcurso del día para
que el músculo de la fe pueda ejercitarse y hacerse fuerte.
- ¿Por qué he de andar
triste?
Es
fácil estar deprimido, pero debemos dominar nuestras emociones hablando con fe
a nuestros sentimientos.
- Envía tu luz y tu verdad
Solo
Dios puede mostrarnos el camino, el camino correcto; sin su Luz, estamos
realmente perdidos.
- Ellas me han conducido y
me han traído a tu monte santo
Aquí
es donde Dios me lleva, al monte santo que es el altar, la Misa: el único lugar
donde podemos dar sentido a tanta confusión y caos.
- Me acercaré al altar de
Dios
Se
trata de un tiempo futuro de intención y propósito; tengo que seguir viniendo
aquí, seguir ascendiendo esta montaña sagrada. Es la única respuesta.
- Al Dios que es la alegría
de mi juventud
Dios
es la única fuente confiable de felicidad, la única satisfacción verdadera para
todo corazón humano. Tantos matrimonios, vínculos y amistades fracasan porque
la gente no entiende que nadie puede finalmente satisfacernos, sino solo Dios.
- Cantaré tus alabanzas al
son de la cítara
Tengo
que seguir cantando y no desfallecer, incluso cuando la contrariedad o el
desaliento, ya proceda de mí o de otros, sea muy considerable.
- Espera en Dios
La
virtud fundamental de la vida cristiana: la capacidad de mirar más allá de las
dificultades presentes y divisar el tiempo en que todo irá bien. Es la virtud
más claramente testimoniada por los fieles difuntos por los que oramos hoy.
Quisiera
concluir estos breves pensamientos con una cita de los escritos del Papa
Benedicto XVI. Se trata de un comentario suyo muy particular sobre un versículo
de este salmo al concluir un sermón que predicó el Domingo de
Sexagésima de 1962, con ocasión de la primera Misa de un nuevo sacerdote. Tiene una especial importancia personal para mí, ya que elegí
incluir este texto en el programa impreso para la celebración de mi primera Misa
Latina Tradicional, al día siguiente de mi ordenación, hace ya veinte años. Dice mucho mejor de lo que yo podría hacerlo, lo que yace en el corazón de esta
palabra de la Escritura:
«Y llegaré al altar de
Dios, al Dios que alegra mi juventud» (Sal 42, 4).
Escribe el Papa Benedicto:
«Dirijamos
nuestra oración a Dios, para que, cuando sea necesario, derrame algo del resplandor
de esta alegría en nuestras vidas. Para que conceda a este sacerdote, que hoy
se acerca por vez primera al altar de Dios, el resplandor cada vez más puro y
más profundo de este gozo. Que le siga iluminando, cuando se acerque por última
vez, cuando se acerque al altar de la eternidad, en la que sea Dios la alegría
de nuestra vida eterna, de nuestra siempre perdurable juventud. Amén».
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