Gusta a los Padres de la Iglesia destacar que Jesucristo, para nuestra liberación, se sirvió de las mismos medios y estrategias que utilizó Satanás para nuestra caída. De esta manera, junto con realzar el poder del Redentor, ponen en evidencia la humillación propinada al tentador y la precariedad de su victoria sobre el hombre. A su vez, se fortalece también la esperanza al mostrar cómo la gracia de Dios puede convertir nuestras heridas en condecoraciones y nuestras derrotas en victorias. En este sentido, hay un texto particularmente expresivo del Crisóstomo:
«Una virgen, un madero y
la muerte fueron el signo de nuestra derrota. Eva era virgen, porque aún no
había conocido varón; el madero era un árbol; la muerte, el castigo de Adán.
Mas he aquí que, de nuevo, una Virgen, un madero y la muerte, antes signo de
derrota, se convierten ahora en signo de victoria. En lugar de Eva está María,
en lugar del árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la cruz; en
lugar de la muerte de Adán, la muerte de Cristo. ¿Te das cuenta de cómo el
diablo es vencido en aquello mismo en que antes había triunfado?» (San Juan
Crisóstomo, Sobre el cementerio y la cruz, 2; PG 49, 396).
La misma idea subyace en el siguiente texto de San Gregorio Magno sobre las tentaciones de Cristo en el desierto:
«Considerando con atención
el orden que sigue el demonio en sus tentaciones, veamos con qué grandeza somos
liberados de ellas. Con tres géneros de tentaciones incitó nuestro enemigo
común a nuestro primer padre, a saber: con la gula, con la vanagloria, y con la
avaricia... Le tentó con la gula, cuando le enseñó la fruta del árbol prohibido
y le aconsejó que comiera de ella. Le tentó con la vanagloria cuando le dijo: seréis
como dioses (Gn 3, 5). Y le tentó con la avaricia cuando le dijo: sabréis
el bien y el mal. Porque no es solo avaricia el deseo de la riqueza, sino
también el deseo de ocupar puestos elevados. Con razón, pues, se califica de
avaricia al deseo inmoderado de ser más. Si el robo del honor no fuera
avaricia, de ninguna manera hubiera dicho San Pablo del Hijo unigénito de Dios:
no juzgó robo el considerarse igual al Padre (Fl 2, 6). El diablo
llegó hasta hacer ensoberbecerse a nuestro primer padre, porque excitó en él la
codicia de la preeminencia.
Más por los medios con que
el diablo venció al primer hombre, por los mismos fue vencido por el segundo
hombre tentado: Le tentó por la gula cuando le dijo: Di que estas piedras se
conviertan en panes. Le tentó por la vanagloria, diciendo: Si eres Hijo
de Dios, échate abajo. Le tentó por la avaricia, cuando enseñándole todos
los reinos de este mundo, le dijo: Todas estas cosas te daré, si postrándote
me adorares. Mas por los mismos modos con que se gloriaba de haber vencido
al primer hombre, fue vencido por el segundo; para que salga aprisionado de nuestros
corazones por la entrada misma por donde se había introducido en ellos y nos
tenía aprisionados» (San Gregorio Magno, Hom XVI, in Evang., en Los
Santos Padres. Colección escogida de sus homilías y sermones, Madrid 1878, Vol.
I, p. 168)
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