lunes, 22 de febrero de 2021

UN ANHELO DEL CARDENAL SARAH

 

«El cardenal Robert Sarah, escribió su amigo e interlocutor Nicolas Diat, es un maestro espiritual extraordinario. Un hombre grande por su humildad, una guía firme y suave, un padre que no se cansa nunca de hablar del Dios al que ama... Es un compañero de Dios, un hombre de misericordia y de perdón, un hombre de silencio, un hombre bueno». Estas son sus credenciales, además de los padecimientos por Cristo y su Iglesia que han acompañado su vida. Sus detractores, por lo general personajes de escasa categoría intelectual, resultan insignificantes ante la egregia figura del cardenal guineano. Muchos estamos convencidos –también con palabras de N. Diat– «de que Dios ha posado sobre el cardenal una mirada especial» (Dios o nada, Madrid 2015, p.12).

Como Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto divino, el cardenal Sarah confidenció en su momento un deseo profundo que albergaba en su corazón. Estamos seguros de que cualquiera sea el lugar donde Dios lo llame ahora a servirle, seguirá trabajando en este proyecto fundamental que, con idéntica vibración, palpita a su vez en el corazón del Papa emérito:


«Mi deseo más profundo y humilde es servir a Dios, a la Iglesia y al Santo Padre con devoción, sinceramente y en unión filial. Pero tengo esta esperanza: si Dios quiere, cuando Él quiera y como Él quiera, se llevará a cabo en la liturgia una reforma de la reforma. Se hará pese al rechinar de dientes, porque lo que está en juego es el futuro de la Iglesia. Maltratar la liturgia es maltratar nuestra relación con Dios y la expresión concreta de nuestra fe cristiana. La Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia siguen escuchándose, pero las almas que desean volverse hacia Dios, ofrecerle un verdadero sacrificio de alabanza y adorarle, ya no se sienten atraídas por unas liturgias demasiado horizontales, antropocéntricas y festivas, más parecidas a veces a ruidosos y vulgares eventos culturales. Los medios han impregnado totalmente y transformado en espectáculo el santo sacrificio de la misa, memorial de la muerte de Jesús en la Cruz para la salvación de nuestras almas.

 

El sentido del misterio desaparece detrás de los cambios, de las constantes adaptaciones decididas de forma autónoma e individual para seducir a nuestras modernas mentes profanadoras, marcadas por el pecado, la secularización, el relativismo y el rechazo de Dios. En muchos países occidentales vemos cómo los pobres abandonan la Iglesia católica, tomada al asalto por personas malintencionadas que se creen intelectuales y desprecian a los sencillos y pobres. Esto es lo que el Santo Padre debe denunciar alto y claro. Porque una Iglesia sin pobres ya no es Iglesia, sino un simple club. ¡Cuántos templos vacíos hay hoy en Occidente, cerrados, destruidos o transformados en edificios profanos privados de su sacralidad y de su destino original! Aun así, sé que muchos sacerdotes y muchos fieles viven su fe con un celo extraordinario y pelean cada día para preservar y enriquecer las casas de Dios.

 

Es urgente recuperar la belleza, la sacralidad y el origen divino de la liturgia con nuestra firme fidelidad a la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica» (La fuerza del silencio, Madrid 2017, p. 152.153).


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