“¡Tarde
te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva tarde te amé! Y tú estabas dentro de
mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba
sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba
contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no
existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y
resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y
ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y
deseé con ansia la paz que procede de ti”. (San Agustín, Confesiones, L. 10)
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