sábado, 8 de agosto de 2015

LA CRUZ DE CRISTO, FUERZA INVENCIBLE DE DOMINGO

No es rebajando las exigencias del Evangelio de Cristo sino abrazando con amor las exigencias de su Cruz, cómo los santos han servido a la Iglesia y conquistado millares de almas para su Señor. Ojalá no lo olviden algunos padres sinodales que próximamente se reunirán junto al sucesor de Pedro para orar, fortalecer e incentivar la pastoral familiar.
¡Qué bien lo entendió Santo Domingo de Guzmán y cuántas lumbreras pudo así regalar a la Iglesia la Orden por él fundada! Incluso del más sabio de todos sus hijos, Santo Tomás de Aquino, se cuenta  que su libro fue siempre el crucifijo.

“La cruz de Jesús –dice al respecto Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP- es para los cristianos de todos los tiempos el testimonio más elocuente del amor de Dios hacia la humanidad y el símbolo de su victoria sobre el pecado y la muerte. Constituye el elemento esencial de la espiritualidad cristiana que todos debemos esforzarnos por reproducir en nuestra vida. La cruz inspira todo impulso hacia la santidad. Santo Domingo, siguiendo las huellas del Salvador, se abrazó a la cruz y la amó sólo porque Jesús también la amó e hizo de ella la expresión más alta de su amor al Padre y a la humanidad.
Domingo se impregnó hasta lo más profundo de su ser de estos sentimientos de Jesús e imprimió en el corazón de sus frailes el amor a la cruz y a todo lo que ella representa. Su pobreza voluntaria, su vida austera, su caridad apostólica, sus renuncias constantes son la mejor muestra de su amor a la cruz de Jesús. Pero donde se expresa con mayor claridad su unión a Cristo sufriente es en la oración. Quienes convivieron con él de cerca nos cuentan que durante la celebración de la eucaristía derramaba tal cantidad de lágrimas, sobre todo al pronunciar las palabras del canon, que una gota no esperaba a la otra. Esta emotividad y dramatismo brotaba del asombro y de la tristeza propia de los santos al recordar la incomprensión del amor infinito de Dios por parte de la humanidad. Domingo sufre con Cristo y en Cristo por quienes viven alejados de Cristo. De ahí nace su deseo de anunciar a todos la Palabra de Dios como prolongación del ministerio de Jesús. En su oración privada y personal Domingo abría su corazón a Cristo sufriente para suplicarle con lágrimas e incluso con rugidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?” Y para intensificar su oración unía a ella el esfuerzo corporal mediante genuflexiones, postraciones, flagelaciones… Todo ello expresa la misma preocupación de Jesús por la salvación de la humanidad...
Este amor a la cruz fue igualmente inmortalizado por los bellos frescos de Fray Angélico donde Domingo aparece orando al pie de la cruz, ya sea arrodillado junto al madero ensangrentado del crucificado, ya sea abriendo sus brazos en forma de cruz al mismo tiempo que observa como la sangre de Cristo riega la tierra sedienta, o cubriendo su rostro después de haber contemplado tanto dolor en Jesús crucificado, o postrándose ante la cruz y tocando casi con su mano la sangre que corre por el madero, o abrazándose con ternura al árbol de la vida”.

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