No
es rebajando las exigencias del Evangelio de Cristo sino abrazando con amor las
exigencias de su Cruz, cómo los santos han servido a la Iglesia y conquistado
millares de almas para su Señor. Ojalá no lo olviden algunos padres sinodales que
próximamente se reunirán junto al sucesor de Pedro para orar, fortalecer e
incentivar la pastoral familiar.
¡Qué
bien lo entendió Santo Domingo de Guzmán y cuántas lumbreras pudo así regalar
a la Iglesia la Orden por él fundada! Incluso del más sabio de todos sus hijos,
Santo Tomás de Aquino, se cuenta que su
libro fue siempre el crucifijo.
“La
cruz de Jesús –dice al respecto Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP- es para
los cristianos de todos los tiempos el testimonio más elocuente del amor de
Dios hacia la humanidad y el símbolo de su victoria sobre el pecado y la
muerte. Constituye el elemento esencial de la espiritualidad cristiana que
todos debemos esforzarnos por reproducir en nuestra vida. La cruz inspira todo
impulso hacia la santidad. Santo Domingo, siguiendo las huellas del Salvador,
se abrazó a la cruz y la amó sólo porque Jesús también la amó e hizo de ella la
expresión más alta de su amor al Padre y a la humanidad.
Domingo
se impregnó hasta lo más profundo de su ser de estos sentimientos de Jesús e
imprimió en el corazón de sus frailes el amor a la cruz y a todo lo que ella
representa. Su pobreza voluntaria, su vida austera, su caridad apostólica, sus
renuncias constantes son la mejor muestra de su amor a la cruz de Jesús. Pero
donde se expresa con mayor claridad su unión a Cristo sufriente es en la
oración. Quienes convivieron con él de cerca nos cuentan que durante la
celebración de la eucaristía derramaba tal cantidad de lágrimas, sobre todo al
pronunciar las palabras del canon, que una gota no esperaba a la otra. Esta
emotividad y dramatismo brotaba del asombro y de la tristeza propia de los
santos al recordar la incomprensión del amor infinito de Dios por parte de la
humanidad. Domingo sufre con Cristo y en Cristo por quienes viven alejados de
Cristo. De ahí nace su deseo de anunciar a todos la Palabra de Dios como
prolongación del ministerio de Jesús. En su oración privada y personal Domingo
abría su corazón a Cristo sufriente para suplicarle con lágrimas e incluso con
rugidos: “Señor, ten piedad de tu pueblo. ¿Qué será de los pobres pecadores?” Y
para intensificar su oración unía a ella el esfuerzo corporal mediante
genuflexiones, postraciones, flagelaciones… Todo ello expresa la misma
preocupación de Jesús por la salvación de la humanidad...
Este
amor a la cruz fue igualmente inmortalizado por los bellos frescos de Fray
Angélico donde Domingo aparece orando al pie de la cruz, ya sea arrodillado
junto al madero ensangrentado del crucificado, ya sea abriendo sus brazos en
forma de cruz al mismo tiempo que observa como la sangre de Cristo riega la
tierra sedienta, o cubriendo su rostro después de haber contemplado tanto dolor
en Jesús crucificado, o postrándose ante la cruz y tocando casi con su mano la
sangre que corre por el madero, o abrazándose con ternura al árbol de la vida”.
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