Quien
conoce y medita los textos de Santa Teresita del Niño Jesús, no podrá dejar de
recodar la gozosa y espontanea oración de Jesús: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste
estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí,
Padre, porque tal ha sido tu beneplácito. (Lc 10, 21). Teresita solo pretendió ser un juguete para recreo de
su Dios y terminó en sabia Doctora: más conocedora de las cosas de Dios que
muchos teólogos sabios y entendidos.
“Tal
vez te acuerdes –nos cuenta la santa- de que antes me gustaba llamarme a mí misma
“el juguetito de Jesús”. Todavía
ahora estoy feliz de serlo, sólo que he pensado que el divino Niño tiene muchas
otras almas llenas de virtudes sublimes que se dicen también “sus juguetes”; y
entonces pensé que ellas eran sus juguetes lujosos y que mi pobre alma no era
más que un juguetito sin valor… Y para consolarme, me dije a mí misma que
muchas veces los niños se divierten más con los juguetitos que pueden tirar o
coger, romper o besar a su antojo, que con otros de mayor valor que casi no se
atreven a tocar… Entonces me alegré de ser pobre y deseé serlo cada día más,
para que a Jesús le gustase cada vez más jugar conmigo” (Santa Teresa de Lisieux)
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