El pasado 5 de octubre en la ciudad italiana de Módena, fue beatificado Rolando
Rivi, joven seminarista martirizado en 1945. El beato Rolando había nacido en
1931 y era hijo de campesinos cristianos. Cuando tenía tan sólo 11 años, en
1942, y mientras Italia estaba en guerra, decidió ingresar al seminario de la
villa italiana de Marola. El 1 de octubre de ese año tomó con gran alegría la
sotana. Animaba a sus compañeros diciéndoles que “un día, con la ayuda de Dios,
seremos sacerdotes. Yo seré misionero. Quiero llevar a Jesús a quienes no le
conocen”; o bien, “nuestro deber como sacerdotes es rezar mucho y salvar almas
para llevarlas al paraíso”.
Al
invadir los alemanes Italia en 1944, y cerrar el seminario donde estudiaba,
Rolando vio truncada su formación sin haber recibido siquiera las órdenes
menores. Y auqnue volvió a su casa, sin embargo nunca dejó de usar su hábito talar de seminarista. Entre
otras cosas veía en él un modo de asegurar su vocación. Sus padres le rogaban
que no utilizara la sotana: “es mejor que no la utilices”, le decían, pues no
faltaban grupos comunistas, que junto con dedicarse al sabotaje contra los nazis, expresaban
también su odio a la Iglesia persiguiendo y asesinando a sacerdotes en la
región. “¿Por qué? ¿Qué mal hago llevándola?”, preguntaba Rolando ante los
pedidos de que dejara de usar su vestimenta de seminarista. “No tengo ninguna
razón para dejar de usarla. Estudio para ser sacerdote y debo vestir así en
señal de que pertenezco a Jesús”, aseguraba, a pesar de haber recibido ya
insultos de partisanos comunistas en su pueblo. Sin embargo, Rolando aseguraba
que “no tengo miedo ni estoy asustado. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios”.
A
pesar del peligro, el joven continuó ayudando en la parroquia. El 10 de abril
de 1945 Rolando tocó el órgano durante la misa celebrada en
la parroquia. Al culminar, vestido con su sotana, recogió sus cosas y
cruzó el bosque que lo separaba de su hogar, al cual ya nunca llegó. Tras
una intensa búsqueda, encontraron su cadáver lleno de signos de tortura y
martirio. Según se reveló después, Rolando sufrió durante tres días torturas y
humillaciones, con insultos blasfemos de todo tipo.
Los
partisanos comunistas comenzaron su tormento contra el joven seminarista
quitándole la sotana y golpeándole duramente con un cinturón. Al terminar con
la tortura, lo llevaron entre los árboles, dejando un rastro de sangre tras de
sí. Sus captores le dejaron rezar, pidiendo por sus padres y por sus asesinos.
Después, los comunistas le dispararon dos veces, impactándole en la cabeza y
cerca del corazón. Los asesinos dejaron el cuerpo del joven semienterrado, pero se
quedaron con la sotana de Rolando, anudándola para utilizarla como pelota de
fútbol. Ni la escasa edad del joven mártir fue impedimento para contener la
furia y el fastidio que Satanás siempre ha sentido por esta vestimenta.
Con
la muerte del nuevo Beato se cumple al pie de la letra lo que la Iglesia reza
en el prefacio de los mártires: “… pues
en su martirio, Señor, has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad
tu propio testimonio”. Y aunque nuestro joven beato no volvió al
seminario, alcanzó algo mejor: entró en la gloria. ¡Qué el nuevo
beato interceda por seminaristas y sacerdotes para que no cedan a la tentación
de disimular su condición de hombres consagrados a Cristo! El mundo necesita de
ese testimonio.
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