En
los días que siguieron al consistorio en donde el Papa Benedicto hizo pública su decisión de renunciar a la
Sede de Pedro, dediqué una entrada a quien me parecía haber sido un hombre
clave de su pontificado: don Guido Marini. Tras una breve semblanza de su importante
rol como maestro de las ceremonias pontificias, este búho sentenciaba: Sea quien sea el futuro Romano Pontífice que
Dios regale a su Iglesia, está claro que no podrá prescindir de un hombre así.
En efecto, el Papa Francisco enseguida lo confirmó en su puesto y gracias a él
las ceremonias oficiales del Papa han conservado esa dignidad y excelencia que
el genio litúrgico de don Guido sabe imprimir a las ceremonias papales, incluso
en circunstancias tan especiales como la Misa en Lampedusa sobre una
barquichuela. Sin embargo en el ámbito litúrgico más privado del Pontífice –me
refiero a las misas diarias en la capilla de Santa Marta- es otro el ambiente
que prevalece; allí es notoria la ausencia del espíritu litúrgico de don Guido.
En Santa Marta se observa un aire de improvisación; se echa en falta la belleza
de los signos litúrgicos y el delicado respeto por las rúbricas que sí brillan,
en cambio, en las ceremonias oficiales del Papa a cargo de su maestro. Por
ejemplo, da pena que la mayoría de los concelebrantes no usen ni amito, ni
cíngulo, ni casulla; que a veces asista al altar un mismo celebrante litúrgicamente mal
agestado; que los sacerdotes estén sentados en primera fila junto al resto de
los asistentes, etc. No se trata de que la Misa privada del Papa tenga aquella
solemnidad propia de las grandes celebraciones. Pero tampoco debemos olvidar que
la Misa del sucesor de Pedro, tanto privada como pública, en un oratorio
modesto o en la majestuosa basílica vaticana, en Roma o fuera de ella, es
siempre un evento trascendente en la vida de la Iglesia y en su realización no
deben faltar ciertos signos externos de sacralidad. No es un cura de pueblo
quien celebra sino el Vicario de Cristo en la tierra, aunque para Dios la Misa
tenga igual valor. Cierto que lo esencial siempre se da: la unción y piedad con
que el Papa Francisco celebra los divinos misterios. Pero cuánto desearíamos
que en Santa Marta resplandeciera más el estilo litúrgico de Don Guido Marini;
que un maestro de ceremonias debidamente revestido de sotana y roquete
acompañara y asistiera con espíritu filial al Papa en la confección de su
Eucaristía diaria; que quienes se encargan de la preparación de estas
celebraciones hicieran un ulterior esfuerzo por otorgar más dignidad a la Misa de
Pedro y más piedad a quienes tienen el privilegio de acompañarle en su acción
suprema.
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