Es
frecuente en la literatura espiritual ver en María Magdalena un modelo acabado
de piedad eucarística. Así como ella rondó y custodió el sepulcro donde fue
depositado el cuerpo adorable de Nuestro Señor, con igual perseverancia el alma
eucarística ronda y adora el cuerpo de Cristo escondido en el Sagrario,
anhelando un poco más de tiempo junto a Él. Escribe al respecto el padre
Antonio de Castellammare:
“Decid a la Magdalena que es ya tarde y es necesario
marchar del Calvario y dejar el sepulcro.
¿Marchar
del Calvario?... ¿dejar solo, absolutamente solo, al adorado Rabboni?... ¡oh Dios, qué prueba!
¡Todavía un poco!...
¡todavía un momento!... Es éste el único grito que el alma enamorada, la eucarística Magdalena, lanza delante
del sepulcro o del Tabernáculo, del cual es forzada a separarse: ¡Todavía un poco, ¡todavía un momento!” (cf.
El alma eucarística, p. 225)
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