El
8 de septiembre la Iglesia celebra la natividad de María Santísima. He aquí
unos hermosos párrafos de una homilía del Venerable Pablo VI, pronunciada el 8-IX-1964; merecen ser meditados en el cumpleaños de Nuestra Señora.
«La aparición de la
Virgen en el mundo fue como la llegada de la aurora que precede al sol de la
salvación, Cristo Jesús, como el florecimiento sobre la tierra, llena del fango
del pecado, de la más hermosa flor que haya brotado en el devastado jardín de la
humanidad.
Es decir, el nacimiento
de la criatura humana más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la
definición que Dios mismo había dado del hombre al crearlo: imagen de Dios,
semejanza de Dios, es decir, belleza suprema, profunda, tan ideal en su esencia
y en su forma y tan real en su expresión viviente, que deja intuir que tal
primera criatura estaba destinada, por un lado, al diálogo, al amor de su
Creador en una inefable efusión de la beatísima y beatificante Divinidad y en
una abandonada respuesta de poesía y de alegría, como es el Magníficat de la
Virgen, y destinada, por otro lado, al dominio real de la tierra.
Aquello que aparecería y
se desvanecería miserablemente en Eva, por un designio de la infinita
misericordia, podríamos decir casi que por un propósito de revancha –como el
del artista que, al ver destruida su obra, quiere rehacerla, y la reconstruye
más hermosa aún y más de acuerdo con su idea creadora–, Dios lo hizo revivir en
María. “Con la cooperación del Espíritu Santo la preparaste para que fuera una
digna morada de tu Hijo”, como dice la oración.
Y hoy, día dedicado al
culto de este regalo, de esta obra maestra de Dios, recordemos, admiremos y
alegrémonos porque María ha nacido, porque María es nuestra, y porque María nos
devuelve la figura de la humanidad perfecta en su inmaculada concepción humana,
que está plenamente de acuerdo con la misteriosa concepción en la mente divina
de la creatura reina del mundo.
Y María, como nuevo
motivo de gozo, de gozo encantador para nuestras almas, no detiene en sí
nuestra mirada, sino que la invita a mirar más adelante, al milagro de luz, de
santidad y de vida que ella anuncia al nacer y que llevará consigo: Cristo, su
Hijo, Hijo de Dios, del que ella misma todo lo ha recibido. Éste es el célebre
milagro de gracia que se llama Encarnación y que hoy se nos presagia
anticipadamente en María, antorcha portadora de la luz divina, puerta por la
que el cielo descenderá a la tierra, madre que da vida humana al Verbo de Dios,
nuestra salvación».
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