Publico un breve extracto de la homilía
pronunciada por San Pablo VI durante la canonización de San Charbel Makhlouf, el
día 9 de octubre de 1977. San Charbel fue un asceta y religioso del Líbano de
rito maronita. Nació en 1828; a la edad de 23 años, dejó su casa en secreto
y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un
mártir sirio: Charbel. Hizo sus votos solemnes en 1853 y fue ordenado sacerdote
en 1859. Durante 15 años vivió en el monasterio de San Marón en Annaya. Tiempo
después sintió el llamado a la vida ermitaña y en 1875 recibió la autorización
para ponerla en práctica. Desde ese momento hasta su muerte en 1898, se dedicó
a la oración, a la penitencia y al trabajo manual. La única perturbación a su vida de oración y silencio venía de la cantidad de visitantes que llegaban atraídos por su fama de santidad. Estos
buscaban su consejo, la promesa de su oración o el favor de algún milagro.
* * *
«Sí, la santidad practicada por Charbel
Makhlouf es de gran importancia, no solo para la gloria de Dios, sino también
para la vitalidad de la Iglesia. Ciertamente, en el único Cuerpo Místico de
Cristo, como dice San Pablo (Cf. Rm 12, 4-8), los carismas son numerosos y
diversos; corresponden a diferentes funciones, cada una de las cuales tiene su
lugar indispensable. Se necesitan pastores que reúnan al pueblo de Dios y lo
presidan sabiamente en nombre de Cristo. Se necesitan teólogos que examinen la
doctrina y un Magisterio que la vigile. Se necesitan evangelizadores y
misioneros que lleven la palabra de Dios por todos los caminos del mundo. Se
necesitan catequistas que sean sabios maestros y pedagogos de la fe: este es el
propósito del presente Sínodo. Se necesitan personas que se dediquen
directamente a la ayuda mutua de sus hermanos y hermanas. Pero también se
necesitan personas que se ofrezcan como víctimas por la salvación del mundo, en
penitencia libremente aceptada, en incesante oración de intercesión, como
Moisés en la montaña, en una búsqueda apasionada del Absoluto, testificando que
Dios merece ser adorado y amado por sí mismo. El estilo de vida de estos
religiosos, estos monjes, estos eremitas no se propone a todos como un carisma
imitable; pero en su estado puro, de manera radical, encarnan un espíritu del
que ningún seguidor de Cristo está exento, ejercen una función de la que la
Iglesia no puede prescindir, evocan un camino saludable para todo»
Fuente: www.vatican.va
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