domingo, 3 de noviembre de 2024

MARTÍN DE LA CARIDAD

De la homilía pronunciada por el Papa San Juan XXIII en la canonización de san Martín de Porres (6 demayo de 1962)

«Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con codo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al Santísimo Sacramento de la Eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible.

Además, San Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él.

Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad».

Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos».

viernes, 1 de noviembre de 2024

LA LUMINOSIDAD DE LOS SANTOS

Conocida es la respuesta que dio un niño cuando se le preguntó sobre quiénes eran los santos. Son los que dejan pasar la luz, respondió el pequeño. En su respuesta latía el recuerdo de lo que le había oído a su padre cuando, al visitar una vieja catedral, le había preguntado qué eran aquellas figuras representadas en las vidrieras coloridas del templo. Son santos, hijo, le había contestado su padre como de pasada.

El Papa Francisco también ha utilizado esta imagen para ilustrar la santidad: «La solemnidad de Todos los Santos, decía en 2017, es “nuestra” fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia ‘tonalidad’» (Ángelus, 1° de noviembre de 2017).

La luz infinita de Dios irradiada en el muchedumbre de los bienaventurados despierta en nosotros el deseo de la santidad, de buscar “las cosas de arriba, no las de la tierra” (Col 3, 2), de anunciar el poder de aquel que nos “llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2, 9), de evitar el pecado que vuelve sombrío y opaco nuestro corazón.