lunes, 21 de octubre de 2024

SERVIDORES, NO AMOS DE LA LITURGIA

«Después del Concilio Vaticano II, se extendió la impresión de que el Papa, en realidad, lo podía todo en materia litúrgica, sobre todo, cuando actuaba con el respaldo de un concilio ecuménico. En último extremo, lo que ocurrió fue que la idea de la liturgia como algo que nos precede, y que no puede ser “elaborada” según el propio criterio, se perdió en la conciencia más difundida en Occidente.

Pero, en realidad, el Concilio Vaticano I en modo alguno trató de definir al Papa como un monarca absoluto, sino, todo lo contrario, como el garante de la obediencia frente a la palabra revelada: su poder está ligado a la tradición de la fe, lo cual es aplicable también al campo de la liturgia. La liturgia no es “elaborada” por funcionarios. Incluso el Papa ha de ser únicamente un servidor humilde que garantice su desarrollo adecuado y su integridad e identidad permanentes…

La autoridad del Papa no es ilimitada; está al servicio de la sagrada tradición. Una genérica “libertad” de acción, que precisamente por eso se mueve por la arbitrariedad, se puede conciliar menos aún con la esencia de la fe y de la liturgia. La grandeza de la liturgia reside, precisamente –y esto lo vamos a tener que repetir con frecuencia–, en su carácter no arbitrario». (J. Ratzinger, El Espíritu de la Liturgia, Ed. Cristiandad 2002, pp. 190–191).

La misma idea, si bien en un lenguaje más directo, ha quedado estampada por Kwasniewski en el siguiente texto: “Una vez que el obispo de Roma piensa que es el dueño absoluto de la liturgia latina, todo se viene abajo”. (Peter Kwasniewski El rito romano de ayer y del futuro, Os justi Press 2023, p. 346).

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