viernes, 24 de septiembre de 2021

MISA Y COMPUNCIÓN

Hermosa página del Beato Columba Marmion sobre el necesario espíritu de compunción que debe impregnar la celebración de la santa misa. En la nueva liturgia los gestos y palabras que expresan este espíritu de contrición han sido recortados en exceso. Un motivo más para tener en alta estima la misa tradicional.

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«La misma Iglesia nos ofrece en la liturgia de la misa bellos ejemplos de compunción de corazón.

Observemos qué hace el sacerdote en el momento de ofrecer el santo sacrificio, que es el más sublime homenaje que la criatura puede tributar a Dios. No podemos menos de suponer al sacerdote en estado de gracia, en amistad con Dios: de otra suerte cometería un sacrilegio. ¿No parece, pues, lo natural que en el momento en que va a realizar el acto más solemne del culto, el sacerdote llamado por Dios entre muchos a tan alta dignidad debe albergar únicamente en el alma sentimientos de amor?

No; la Iglesia, su tutora infalible, comienza por hacerle confesar ante los fieles su condición de criatura y de pecador: Confiteor Deo omnipotente… et vobis, fratres, quia peccavi nimis, «Yo confieso ante Dios todopoderoso… y ante vosotros hermanos, que he pecado mucho».

Después, en el curso de la augusta ceremonia, multiplica en sus labios las fórmulas en que demanda perdón: «Borrad, Señor, os lo suplicamos, nuestras iniquidades, para que, con un corazón puro, entremos en vuestro santuario». En medio del canto angélico, mezcla con las exclamaciones de amor y santa alegría los acentos de compunción. «Apiadaos de nosotros, Vos, que perdonáis los pecados del mundo». Ofrece a Dios la hostia inmaculada «por la multitud de sus pecados, ofensas y negligencias»; antes de la consagración le ruega «que le salve de la condenación eterna».

Después de la consagración, en la cual el sacerdote se ha identificado con el mismo Cristo, suplica a Dios «que le haga participe de la compañía de los santos, a pesar de sus faltas». Llega el momento en que debe unirse sacramentalmente con la víctima divina, y se golpea el pecho como un pecador: «Cordero de Dios…: no consideréis mis pecados… que esta unión de mi alma contigo no sea para mí causa de juicio ni principio de condenación».

¡Cuantísimos sacerdotes y pontífices, objeto de nuestra veneración, han pronunciado estas palabras: «Te ofrezco, Padre santo, esta hostia inmaculada por mis innumerables pecados» Y la Iglesia les ha obligado a repetir: «Señor, yo no soy digno». ¿Por qué ese proceder de la Iglesia? Porque sin la compunción no puede alcanzarse el verdadero espíritu cristiano. Cuando el sacerdote suplica que su sacrificio vaya unido al de Cristo, dice: «Recíbenos, Señor, en espíritu de humildad y con el corazón contrito». La oblación de Jesucristo es siempre grata al Padre, pero, en cuanto ofrecida por nosotros, sólo lo será si nuestras almas están imbuidas de compunción y humildad, que es fruto de aquélla.

Este es el espíritu que anima a la Iglesia, esposa de Cristo, en la acción más sublime, más santa que realiza en la tierra. Aun cuando el alma se identifica con Cristo, uniéndose a Él por la comunión, la Iglesia quiere que no olvide su condición de pecadora, quiere que esté siempre impregnada del espíritu de compunción: «Recíbenos en espíritu de humildad y con el corazón contrito» (C. Marmión, Cristo ideal del Monje, versión pdf, p. 192).

 

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