domingo, 12 de septiembre de 2021

MARÍA, UN NOMBRE QUE IRRADIA ALEGRÍA

El vínculo entre nombre y realidad es tan fuerte en la sagrada Escritura que la veneración a un nombre santo es inseparable de la realidad sagrada designada por ese nombre. Así, por ejemplo, cuando veneramos el nombre de Dios, de Jesucristo, de María y de los santos veneramos las personas mismas que esos nombres significan. Desde antiguo los cristianos han honrado junto al nombre de Jesús el nombre de María, su Madre santísima. San Efrén decía que «el nombre de María, para los que devotamente lo invocan, es la llave del cielo»; «¡Dichoso, oh María, el que ama tu nombre!», exclamaba San Buenaventura; y San Germán expresaba así su anhelo póstumo: «Que el nombre de María sea la última palabra que brote de mis labios».

La veneración por el dulce nombre de María también es propia de los coros angélicos. Haciendo una lectura mariana de algunos pasajes del Cantar de los Cantares, San Alfonso María de Ligorio comenta que en la Asunción de María a los cielos los ángeles se preguntaban con insistencia cuál era el nombre de aquella mujer que ascendía en medio de aclamaciones y adornada con especial gloria y belleza. ¿Quién es esta –se decían entre sí– que va subiendo por el desierto como una columna de humo, formada de perfumes de mirra e incienso, y de toda especie de aromas? (Cant 3, 6). ¿Quién es esta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna, brillante como el sol, terrible y majestuosa como un ejército formado en batalla? (Cant 6, 9).  Y también: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Cant 8, 5).

Y continúa: «¿Por qué tenían tanto afán los ángeles por conocer el nombre de esta Reina? Sin duda –responde con palabras de Ricardo de San Lorenzo– porque querían oír repetir el dulce nombre de María. Era tan agradable a los ángeles el sentir pronunciar el nombre de su augusta Señora, que no cesaban de reiterar sus preguntas». (Cf. Las Glorias de María, Edibesa, Madrid 2003, pp. 435 y ss).

Finalmente, el nombre de María es descanso y recreo del Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. «Solo la fe acierta a ilustrar –señala San Josemaría Escrivá– cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad» (Es Cristo que pasa, n. 171).

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