jueves, 14 de marzo de 2019

UN TRIDUO A SAN JOSÉ


Tres breves reflexiones componen este hermoso triduo del cardenal Newman en honor de San José. Son consideraciones bien concisas donde la piedad del santo y la intuición del teólogo dan razón de los títulos más sublimes del Santo Patriarca: Esposo de María, Padre del Hijo de Dios, Varón Santo.

TRIDUO A SAN JOSÉ
Considera los gloriosos títulos de San José

Primer día

Fue el verdadero y digno Esposo de María, supliendo de manera visible el lugar del Invisible Esposo de María, el Espíritu Santo. Era virgen, y su virginidad fue el fiel espejo de la virginidad de María. Él fue el querubín puesto para guardar el nuevo Paraíso terrestre de la intromisión de cualquier enemigo.

V/. Bendito sea el nombre de José.
R/. Desde ahora y para siempre. Amén.

Segundo día

Fue suyo el título de Padre del Hijo de Dios, porque era Esposo de María siempre Virgen. Era el padre de nuestro Señor, porque Jesús le rindió siempre la obediencia de un hijo. Era el padre de nuestro Señor, porque le fueron confiadas las obligaciones de un padre y las cumplió fielmente al protegerlo, darle un hogar, sostenerlo, criarlo, y proveerle un oficio.

V/. Bendito sea el nombre de José.
R/. Desde ahora y para siempre. Amén.

Tercer día

Él es el Santo José, porque de acuerdo a la opinión de un gran número de doctores, lo mismo que San Juan Bautista, fue santificado aun antes de haber nacido. Es el Santo José, porque el oficio de ser Esposo y protector de María de manera especial demandaba santidad. Es el Santo José, porque ningún otro Santo vivió en semejante y prolongada intimidad y familiaridad con la fuente de toda santidad, Jesús, Dios encarnado, y María la más santa de las criaturas.

V/. Bendito sea el nombre de José.
R/. Desde ahora y para siempre. Amén.

Oración final para cada día
Oremos

Dios, que en tu inefable providencia elegiste al Bienaventurado José para ser el esposo de tu Santísima Madre, concédenos, te lo pedimos, que podamos ser dignos de recibir como nuestro intercesor en el cielo, a quien veneramos como nuestro protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Fuente: (John Henry Newman, Meditaciones y devociones, Agape Libros, Buenos Aires 2007, p. 205-207)

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