domingo, 3 de marzo de 2019

DIOS ESTÁ AQUÍ. TRENTO Y LA PRESENCIA REAL


Transcribo a continuación el capítulo primero del decreto sobre la Eucaristía del Concilio de Trento (junto a su canon respectivo) sobre la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el santísimo Sacramento. Al releerlo no puedo dejar de preguntarme: ¿Volverá la Iglesia a proclamar su fe con tal exactitud y claridad, con tal convicción y autoridad? ¿Sabrá desprenderse de ese empalagoso relleno de «pastoralidad» que suele envolver los documentos del magisterio contemporáneo, hasta hacer tediosa y a veces confusa su lectura? Así lo esperamos. Además, no hay que olvidar que la predicación de Jesús cautivó desde un principio porque se manifestó llena de autoridad: «Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas» (Mc 1, 22). La predicación de la Iglesia es prolongación de la predicación de Cristo y de sus Apóstoles: no puede ser sino llena de autoridad y convicción; de lo contrario ya no atraerá a nadie.

«P
rimeramente enseña el santo Concilio, y abierta y sencillamente confiesa, que en el augusto sacramento de la santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles. Porque no son cosas que repugnen entre sí que el mismo Cristo nuestro Salvador esté siempre sentado a la diestra de Dios Padre, según su modo natural de existir, y que en muchos otros lugares esté para nosotros sacramentalmente presente en su sustancia, por aquel modo de existencia, que si bien apenas podemos expresarla con palabras, por el pensamiento, ilustrado por la fe, podemos alcanzar ser posible a Dios y debemos constantemente creerlo. En efecto, así todos nuestros antepasados, cuantos fueron en la verdadera Iglesia de Cristo y que disertaron acerca de este santísimo sacramento, muy abiertamente profesaron que nuestro Redentor instituyó este tan admirable sacramento en la última Cena, cuando, después de la bendición del pan y el vino, con expresas y claras palabras atestiguó que daba a sus Apóstoles su propio cuerpo y su propia sangre. Estas palabras, conmemoradas por los santos Evangelistas y repetidas luego por san Pablo, como quiera que ostentan aquella propia y clarísima significación, según la cual han sido entendidas por los Padres, es infamia y verdaderamente indignísima que algunos hombres pendencieros y perversos las desvíen a tropos ficticios e imaginarios, por lo que se niega la verdad de la carne y sangre de Cristo, contra el universal sentir de la Iglesia, que, como columna y sostén de la verdad (I Tim 3, 15), detestó por satánicas estas invenciones excogitadas por hombres impíos, a la par que reconocía siempre con gratitud y recuerdo este excelentísimo beneficio de Cristo» (Concilio de Trento. Sesión XIII, 11 de octubre de 1551. Decreto sobre la Eucaristía, c. 1. Dz 874).

Can. 1   «Si alguno negare que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que solo está en él como señal y figura o por su eficacia, sea antema» (Dz 883).

3 comentarios:

  1. Gloria a Dios. Gloria al Señor que se quedó físicamente en este Sacramento para nuestra salvación.

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  2. En efecto; Adoremus in aeternum Sanctissimum Sacramentum!

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