Matthias Stom. La
Adoración de los Magos. Foto wikimedia.org
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ntre
las maravillas que acaecieron el día que el Salvador nació (Cf Mt 2, 2), una de
ellas fue aparecer una nueva estrella en las partes de Oriente, la cual
significaba la nueva luz que había venido al mundo para alumbrar a los que
vivían en tinieblas y en la región de la muerte.
Pues
conociendo unos grandes sabios que en aquella región había, por especial
instinto del Espíritu Santo, lo que esta estrella significaba, parten luego a
adorar este Señor. Y llegados a Jerusalén, preguntan por el lugar de su nacimiento,
diciendo: ‘¿Dónde está el que es nacido Rey de los Judíos?’ E informados allí
del lugar de su nacimiento, y guiándolos la misma estrella que habían visto en
Oriente, llegaron al portalico de Belén y allí hallaron al Niño en brazos de su
Madre, y postrados en tierra le adoraron y ofrecieron sus dones, que fueron oro,
incienso y mirra.
Donde
puedes claramente ver la bondad y caridad inefable de este Señor, el cual
apenas había nacido en el mundo cuando comenzó a comunicar su luz y sus
riquezas al mundo, trayendo con su estrella los hombres tras sí de tan lejas
tierras, para que por aquí veas que no huirá de los que le buscan con cuidado
el que con tanta diligencia buscó a los que estaban tan descuidados.
Aquí
tienes primeramente que considerar la devoción, la perseverancia, la fe, la
ofrenda de estos santos varones, porque en cada cosa de éstas hay mucho que
considerar y que imitar.
Considera,
pues, primeramente la grandeza de su devoción, la cual los hizo poner a un tan
largo camino, y tan gran trabajo y peligro, por venir a adorar este Señor y
gozar de su presencia, y para que tú por aquí condenes a tu pereza viendo por
cuán poco trabajo dejas muchas veces de gozar de este mismo beneficio, por no
acudir a la casa de Dios, donde podrías ver a este mismo Señor y gozar de su
presencia, y aun recibirlo dentro de tu alma por medio de la sagrada Comunión.
Mira
también su grande constancia y perseverancia, pues desamparándolos la guía
celestial, no por eso desmayaron ni volvieron atrás, sino prosiguieron
constantemente su camino, usando de toda buena industria cuando les faltó la
guía.
Donde
se nos da un grande ejemplo para no desmayar ni aflojar en nuestros buenos
ejercicios cuando nos desampara el rayo de la devoción y la luz y alegría de la
suavidad interior, sino trabajar por pasar adelante, perseverando y continuando
nuestros ejercicios, haciendo lo que es de nuestra parte y teniendo por cierto
que la luz de la consolación que primero vimos volverá a visitarnos por mandado
del Señor, como hizo a estos Santos la estrella, según aquello del Santo Job,
que dice: “En sus manos esconde la luz y mándale que otra vez torne a nacer,
declarando por ella a sus amigos que Él es su posesión” (Job 36, 32).
Considera
también la grande fe de estos santos varones, pues entrando en un tan pobre
aposento, y no viendo ningún aparato ni insignias de Rey, no dudaron ser aquél
Señor y Rey de todo lo criado, y así postrados por tierra con suma reverencia
le adoraron.
Grande
fue la fe del buen ladrón, el cual, en medio de las injurias de la Cruz,
confesó el Reino del Crucificado; y también fue grande la de estos santos
varones, pues en una tan grande pobreza y humildad adoraron y reconocieron la
Divinidad y la Majestad.
¡Oh
maravillosa niñez!, a cuyos pañales velan los Ángeles, sirven las estrellas,
temen los reyes y se inclinan en tierra los seguidores de la sabiduría. ¡Oh
bienaventurada choza! ¡Oh silla de Dios!, segunda del Cielo, adonde no
resplandecen antorchas encendidas, sino resplandecientes estrellas. ¡Oh palacio
celestial!, donde no mora rey coronado, sino Dios humanado, que tiene por estrado
real un duro pesebre y por palacios dorados una choza ahumada, pero adornada y
esclarecida con resplandor celestial» (Fray
Luis de Granada, Vida de Jesucristo,
Ed. Rialp, Madrid 1990, C. VI).
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