lunes, 23 de febrero de 2015

POLICARPO, UNA ORACIÓN ENTRE LLAMAS

Una de las más admirables actas de mártires de la antigüedad cristiana es la que relata la muerte de San Policarpo. Obispo anciano y venerable es quemado públicamente en medio de la furia anticristiana de una chusma vociferante. Y precisamente en esa atmósfera de odio y sufrimiento, brota la oración de nuestro mártir como un río de paz y serenidad, de alegría y agradecimiento. No obstante la dura adversidad circundante, Dios sigue siendo adorable y su creación amable. En la oración de San Policarpo se perciben los rasgos fundamentales que acompañan el martirio cristiano.

“Ligadas las manos a la espalda como si fuera una víctima insigne seleccionada de entre el numeroso rebaño para el sacrificio, como ofrenda agradable a Dios, mirando al cielo, dijo:
Señor, Dios todopoderoso, Padre de nuestro amado y bendito Jesucristo, Hijo tuyo, por quien te hemos conocido; Dios de los ángeles, de los arcángeles, de toda criatura y de todos los justos que viven en tu presencia: yo te bendigo, porque en este día y en esta hora me has concedido ser contado entre el número de tus mártires, participar del cáliz de Cristo y, por el Espíritu Santo, ser destinado a la resurrección de la vida eterna en la incorruptibilidad del alma y del cuerpo. ¡Ojalá que sea yo también contado entre el número de tus santos como un sacrificio enjundioso y agradable, tal como lo dispusiste de antemano, me lo diste a conocer y ahora lo cumples, oh Dios veraz e ignorante de la mentira!
Por esto te alabo, te bendigo y te glorifico en todas las cosas por medio de tu Hijo amado Jesucristo, eterno y celestial Pontífice. Por él a ti, en unión con él mismo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y en el futuro, por los siglos de los siglos. Amen”.
(De la carta de la Iglesia de Esmirna sobre el martirio de san Policarpo (Caps. 13, 2-5, 2: Funk 1, 297-299; Oficio de Lecturas del 23 de febrero).

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