Atrás quedaron los años de barbarie antiestética
que acompañaron la reforma litúrgica posconciliar. Una herencia valiosa que el Papa
Benedicto XVI ha dejado a la Iglesia y a la humanidad es la constante presencia,
en su magisterio, de la importancia de la belleza como camino de encuentro con
el Dios vivo y verdadero. A continuación recojo un extracto de una Audiencia
dedicada a las relaciones entre arte y oración.
“El arte es capaz de
expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se
ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta
abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de
lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón,
impulsándonos hacia lo alto.
Pero hay expresiones
artísticas que son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún,
son una ayuda para crecer en la relación con él, en la oración. Se trata de las
obras que nacen de la fe y que expresan la fe. Podemos encontrar un ejemplo cuando
visitamos una catedral gótica: quedamos arrebatados por las líneas verticales
que se recortan hacia el cielo y atraen hacia lo alto nuestra mirada y nuestro
espíritu, mientras al mismo tiempo nos sentimos pequeños, pero con deseos de
plenitud… O cuando entramos en una iglesia románica: se nos invita de forma
espontánea al recogimiento y a la oración. Percibimos que en estos espléndidos
edificios está de algún modo encerrada la fe de generaciones. O también, cuando
escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro
corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios...
Queridos amigos, os
invito a redescubrir la importancia de este camino también para la oración,
para nuestra relación viva con Dios. Las ciudades y los pueblos en todo el
mundo contienen tesoros de arte que expresan la fe y nos remiten a la relación
con Dios. Por eso, la visita a los lugares de arte no ha de ser sólo ocasión de
enriquecimiento cultural —también esto—, sino sobre todo un momento de gracia,
de estímulo para reforzar nuestra relación y nuestro diálogo con el Señor, para
detenerse a contemplar —en el paso de la simple realidad exterior a la realidad
más profunda que significa— el rayo de belleza que nos toca, que casi nos
«hiere» en lo profundo y nos invita a elevarnos hacia Dios”. (Benedicto XVI, Audiencia
General, miércoles 31 de agosto de 2011)
Gracias por este post, es revelador
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