jueves, 8 de julio de 2021

LA MISA DE SIEMPRE, POEMA SAGRADO Y MANANTIAL DE CULTURA

He traducido al español un interesante artículo de Stefano Chiappalone, ya conocido en este blog (ver aquí), sobre la liturgia antigua como cantera de una grandiosa cultura artística impregnada por la fe. Al cumplirse 50 años del así llamado «Indulto Agatha Christie», el autor nos recuerda que fueron precisamente intelectuales y artistas de todo tipo quienes primero acudieron a la Santa Sede para solicitar que se mantuviera vigente el misal de San Pío V. Nadie mejor que ellos para percibir que la misa antigua y su entorno cultural no era un bien exclusivo de la jerarquía católica, sino patrimonio de la humanidad entera.

EL POEMA SAGRADO QUE SE VUELVE CARNE Y SANGRE

Por Stefano Chiappalone                      

Fuente: alleanzacattolica.orgPublicado también por messainlatino.it.

En sus diversas expresiones y familias rituales, la liturgia es la «obra maestra» suprema que inspira innumerables obras de arte. Lo subrayaban los literatos y artistas ingleses que hace cincuenta años expresaban su deuda personal con la antigua liturgia romana, patrimonio no sólo de los católicos sino de la cultura universal.

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En el verano de 1971, hace exactamente medio siglo, 57 exponentes de la cultura inglesa se reunieron idealmente en un sentido y coral concierto. Artistas, filósofos, escritores, poetas y críticos literarios unieron sus voces y sus diferentes confesiones para subrayar la importancia universal y la fecundidad cultural de un aspecto de la Iglesia católica del que todos ellos (incluidos los no católicos y los no cristianos) se sentían deudores y, en cierto modo, «hijos». El destinatario, el entonces Pontífice San Pablo VI (1963-1978), vio entre sus nombres el de la célebre escritora policíaca Agatha Christie (1890-1976) y a la vuelta de pocos meses decidió responder a su petición para que, junto a la reforma litúrgica recientemente puesta en marcha, siguiera encontrando espacio el antiguo rito de la Iglesia romana (1). El pontífice concedió un indulto parcial para que en Inglaterra y Gales se siguiera celebrando, si bien en condiciones limitadas. Aquel primer resquicio de supervivencia de la liturgia anterior (hoy definida «forma extraordinaria» del rito romano) pasó a la historia como «el indulto Agata Christie». El resto es conocido y no lo repetiremos; solo tomar prestadas unas palabras de Benedicto XVI (2005-2013), quien a distancia de décadas, observaba que «[...] desde entonces se ha visto claramente que también personas jóvenes descubren esta forma litúrgica, se sienten atraídos por ella y encuentran en la misma una forma, particularmente adecuada para ellos, de encuentro con el Misterio de la Santísima Eucaristía»(2).

Al dirigirse al Papa, las ilustres personalidades inglesas querían testimoniar que «[...] este rito, por la belleza de su texto latino, ha inspirado una innumerable cantidad de creaciones artísticas; no sólo ha inspirado la obra de los místicos, sino también de poetas, de filósofos, de músicos, de arquitectos, de pintores y de escultores, en todos los países y en todas las épocas. Por tanto, no pertenece sólo a los hombres de Iglesia y a los cristianos, sino también a la cultura universal». Era como decir: perder este rito para siempre habría sido como no volver a ver jamás el Coliseo de Roma o el Ponte Vecchio de Florencia u olvidar la Comedia de Dante. Para ese rito se compusieron obras maestras musicales como la Messe de Notre-Dame del francés Guillaume de Machaut (1300-1377), la Missa Papae Marcelli de Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594) o el Requiem in Re menor K626 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) que culmina en el famoso Dies irae. Ese humus litúrgico se refleja en autores extremadamente diferentes: los italianos Giovannino Guareschi (1908-1966), hombre muy católico, y Gabriele D'Annunzio (1863-1938), decadente e irreverente; o en el francés Joris-Karl Huysmans (1848-1907), un decadente converso, autor de esa auténtica «novela litúrgica» que es El oblato. Y es en ese misal de donde se alimentaba diariamente la creatividad del arquitecto español Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926). Por último, asomándonos al campo del cine, no se puede olvidar la película El Cardenal, del director estadounidense Otto Preminger (1905-1986), inspirada en la novela homónima de Henry Morton Robinson (1898-1961). Por otra parte, no es casualidad que los 57 firmantes ingleses de 1971 fueran precedidos algunos años antes por un llamado similar firmado en 1966 por otras 37 personalidades destacadas, como la escritora Cristina Campo (seudónimo de Vittoria Guerrini, 1923-1977), el filósofo Augusto Del Noce (1910-1989), el pintor Giorgio de Chirico (1888-1978), entre los italianos, o el poeta argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), por citar solo algunos (3).

Si este enfoque artístico-cultural puede parecer inapropiado o simplista para algunos, es necesario recordar que la liturgia, en sus diversas expresiones y familias rituales de Oriente y de Occidente, es también una forma de arte, que naturalmente realiza aquello que significa, haciéndolo presente. Las mismas Sagradas Escrituras incluyen himnos, salmos, poemas de amor como el Cantar de los Cantares o visiones extraordinarias como el Apocalipsis. En la liturgia todo esto asume forma visible entre lienzos y paramentos, candeleros, incienso, antífonas; y también mármoles, mosaicos, pintura y escultura que sirven de «paraverbal» (comunicación sobre todo gestual, N. del T.) al acto de culto. Es el verdadero «poema sagrado en el que han puesto su mano el cielo y la tierra» (4). O el único «cuento de hadas verdadero» que «se inicia y termina en alegría, y muestra de manera inequívoca la «íntima consistencia de la realidad» (5).

Volviendo concretamente al antiguo rito romano, «muchas de nuestras iglesias están todavía, y de modo muy visible e irreformable, llenas de su gloria, pues a veces han sido plenamente diseñadas en función de aquel rito. Por él y a través de él, se han construido doseles, altares y tabernáculos» (6), cuya disposición es reflejo de esa específica práctica litúrgica; a título de ejemplo, el retablo está pensado para orientar la mirada del celebrante, no para servirle de imponente respaldo. Pero además de los elementos exteriores, desde las balaustradas hasta los muebles, su arquitectura interior nos ofrece su propia belleza. Por importantes que sean, no me detengo aquí sobre el tema del latín y de la celebración ad orientem; aunque sean poco utilizados, ambos aspectos son perfectamente legítimos también en la liturgia ordinaria. Existe más bien un sugestivo dinamismo que hace de esta forma ritual, más que la «Misa en latín», la «Misa de los gestos y de los silencios». Está, en efecto, la ascensión de los ritos iniciales, en los que literalmente uno sube al altar de Dios con las palabras del salmo 42 («Introibo ad altare Dei») y, de hecho, también el altar físico se encuentra frecuentemente elevado por algunos escalones, prefigurando ese monte sagrado que es la meta eterna («...in montem sanctum tuum et in tabernacula tua»). Mientras tanto, además de la Virgen, multitud de santos y ángeles son invocados por su nombre dos veces en el Confiteor: Miguel arcángel, Juan Bautista, Pedro y Pablo... y otros serán invocados y convocados antes y después de la consagración. Se alternan a su vez la voz clara para proclamar y la voz baja para ofrecer, hasta el «gran silencio» del Canon, el momento «apocalíptico» en el cual el Cordero es inmolado y todo calla. Solo hablan el unirse y extenderse de los brazos del sacerdote durante las intercesiones y el multiplicarse de los signos de la cruz y de las genuflexiones: gestos de bendición y de amor, más elocuentes que las palabras, acompañados por repeticiones suavemente susurradas al Padre a quien se ofrece la «hostiam puram, hostiam sanctam, hostiam immaculatam, panem sanctum vitae aeternae et calicem salutis perpetuae». Y cuando todo está cumplido, se vuelve al principio de todas las cosas con el Prólogo de San Juan: «Al principio era el Verbo... Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,1-14). 

Ciertamente se trata de una liturgia «difícil» pero no a causa del latín (¿quién podría creerlo en un mundo de políglotas?), ni tampoco por quién sabe qué desproporcionada duración, sino porque su encaje de antífonas y silencios, su impacto mediante gestos arcaicos que rezuman eternidad, chocan no poco con el activismo del hombre contemporáneo, dominado por el frenesí de tener que decir y hacer siempre algo para sentirse partícipe, a veces en detrimento de la participación interior (7), y de tener que racionalizar todo con la pretensión de domesticar el misterio. 

Sin embargo, precisamente en virtud de esto, una vez superada la desconfianza inicial, esta liturgia primero se revela fascinante y luego reparadora. Los museos están llenos de gente que no han hecho estudios de arte y, sin embargo, se dejan atraer por un retablo (bajo el cual, por casualidad, antes se celebraba este rito); en los conciertos no se admiten solamente graduados en un conservatorio, sino también gente corriente que encuentra agradable escuchar a Mozart o Palestrina. Disfrutamos de fragmentos como piezas de museo o de concierto («musealizzati» o «concertificati»); sin embargo, podrían reunirse y revivir en ese poema sagrado de la liturgia de hace un tiempo, más aún, de una liturgia sin tiempo.

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(1) El llamado apareció en el Times el 6 de julio de 1971. El texto completo se puede encontrar en: Shawn Tribe, An Interesting Appeal to Pope Paul VI on the Classical Roman Rite, en «New Liturgical Movement», 12 de diciembre de 2005. Cf. También Joseph Shaw, Aquella vez que Agatha Christie salvó la misa en latín, en «Tempi», 13 de noviembre de 2018: «La historia dice que el papa Pablo VI estaba mirando tranquilamente la lista de los firmantes cuando de repente dijo: ¡Ah, Agatha Christie! Y dio su aprobación».

(2) Benedicto XVI, Carta a los obispos con ocasión de la promulgación de la carta apostólica motu proprio data Summorum Pontificum, 7 de julio de 2007.

(3) Grégory Solari en el prefacio a François Cassingena-Trévedy, Te igitur. Le missel de Saint Pie V. Herméutique et déontologie d'un attachement, Ad Solem Éditions SA, Genève 2007, cita tanto el llamamiento británico de 1971 como el llamamiento y los firmantes de 1966 (nota 12, pp. 18-19).

(4) Dante Alighieri (1265-1321), Divina Comedia, Paraíso, XXV, 1-2. 

(5) John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), Albero e Foglia, Rusconi, Milano 1998, p. 96. (Traducción española, Árbol y hoja). 

(6) F. Cassingena-Trévedy, op. cit., p. 37. 

(7) «Participación activa significa ciertamente que en los gestos, palabras,  cantos y servicios, todos los miembros de la comunidad tomen parte en un acto de culto que no es en absoluto inerte o pasivo. Sin embargo, una participación activa no impide la pasividad activa del silencio, de la quietud y de la escucha: en realidad la exige» (San Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Washington, Oregón, Idaho, Montana y Alaska en visita ad limina, 9 de octubre de 1998).

 


 

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