Entre las obras teológico-místicas de San Buenaventura se encuentra un piadoso opúsculo sobre la preparación para la santa misa. Su intención, como se lee en el prólogo, es «exponer un método, por el que fácilmente puedas ser llevado de la mano a la contemplación de tan gran misterio y disponerte convenientemente para recibirlo». Para ello es preciso examinarse cuidadosamente «con qué fe, con qué amor, con qué intención y por qué te acercas» a la mesa del celestial convite. Para fortalecer la fe al momento de acercarse al altar de Dios, San Buenaventura recomienda apartar dudas y vacilaciones; prestar atención al gesto amoroso y decidido de Cristo; considerar la historia admirable de fe y veneración que siempre ha envuelto el misterio del Santísimo Sacramento; finalmente, ser conciente que sin Eucaristía la Iglesia se hunde.
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uando te acerques al altar, guárdate de vacilar con dudas, y como ciego que palpa no te apoyes en báculo de caña, esto es, en argumentos naturales y razones humanas, indagando cómo puede ser esto, como en otro tiempo discutían los judíos y algunos discípulos que escandalizados se volvieron atrás (Jn 6, 67); sino sométete a Dios y esclaviza tu entendimiento bajo el yugo de la fe, que ves confirmada con tantos testigos. Pues ¿qué duda cabe sobre este sacramento, que ves dado por Cristo de un modo tan expreso, predicado por los Apóstoles, celebrado por los santos ortodoxos en tantos centenares de año y con tantas ceremonias, confirmado por tantos milagros y prodigios y veneraciones, como con testimonios palpables? –Quita de la Iglesia este Sacramento, ¿y qué habrá en el mundo sino error e infidelidad?... Por este Sacramento está en pie la Iglesia, se fortalece la fe, tiene fuerza la religión cristiana y el culto divino: por esto dijo Cristo: Ved que yo estoy con vosotros siempre hasta la consumación del mundo (Mt 28, 20).
Luego debes advertir también que convino así, que Cristo se nos diese velado. Pues ¿qué valor tendría tu fe, si Cristo se te apareciera en su propia figura visible? Cierta y forzosamente le adorarías; pero ¿cómo tus ojos carnales podrían soportar gloria tan grande? ¿Y qué insensato diría que podía comer y beber carne cruda y sangre de hombre en su propia forma? –Aléjese por tanto toda duda, puesto que así como en otro tiempo estuvo escondida la Divinidad en las entrañas virginales, y el Hijo de Dios apareció visible al mundo bajo el velo de carne humana, así también la Humanidad glorificada unida a la Divinidad está oculta debajo de la forma de pan y vino, para poder acomodarse a nosotros mortales». (San Buenaventura, Tratado de la preparación para la Santa Misa, I, 3-4; en Diez opúsculos místicos de San Buenaventura, Buenos Aires 1947, p. 175-176).
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