Tomará entonces sangre del novillo y con el dedo
hará aspersión hacia el oriente del Propiciatorio (Lev 16, 14). Orígenes, comentando este texto del Levítico, nos ha
dejado esta sugestiva reflexión:
«Así se nos explica cómo
se llevaba a cabo entre los antiguos el rito de propiciación a Dios en favor de
los hombres; pero tú, que has alcanzado a Cristo, el verdadero sumo sacerdote,
que con su sangre hizo que Dios te fuera propicio, y te reconcilió con el
Padre, no te detengas en la sangre física; piensa más bien en la sangre del
Verbo, y óyele a él mismo decirte: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros
para el perdón de los pecados.
No pases por alto el
detalle de que esparció la sangre hacia oriente. Porque la propiciación viene
de oriente, pues de allí proviene el hombre cuyo nombre es Oriente, que fue
hecho mediador entre Dios y los hombres.
Esto te está invitando a
mirar siempre hacia oriente, de donde brota para ti el sol de justicia, de
donde nace siempre para ti la luz del día, para que no andes nunca en tinieblas
ni en ellas te sorprenda aquel día supremo: no sea que la noche y el espesor de
la ignorancia te abrumen, sino que, por el contrario, te muevas siempre en el
resplandor del conocimiento, tengas siempre en tu poder el día de la fe y no
pierdas nunca la lumbre de la caridad y
de la paz» (Homilías sobre el libro
del Levítico, Hom. 9, 5. PG 12, 515. 523).
Volver la mirada en
dirección al sol naciente a la hora de la oración, simboliza para muchos Padres
la actitud expectante y ansiosa del hombre que anhela la luz y la salvación de
Cristo. Especialmente significativa se vuelve esta orientación de la oración en el campo litúrgico. Siguiendo los
pasos del Papa Benedicto, el Cardenal Sarah ha escrito al respecto: «Para
comprender que la liturgia nos vuelve interiormente hacia el Señor, convendría
que durante las celebraciones, todos juntos, sacerdotes y fieles, nos
volviéramos físicamente hacia el Oriente, simbolizado en el ábside... De este
modo es como si toda la asamblea fuera absorbida junto con el sacerdote por el
misterio silencioso de la Cruz» (La
Fuerza del Silencio, Palabra 2017, p. 149).
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