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uando
vi las primeras imágenes del pesebre que se instaló este año en la plaza de San
Pedro, debo confesar que experimenté un disgusto no menor. Opté por guardar
silencio, a la espera de conocer otras opiniones sobre el reciente Belén; temía
que mi primera impresión de rechazo y hasta de repugnancia estuviese
prejuiciada por mis personales gustos estéticos. Pero una vez que el reconocido
corresponsal Edward Pentin ha publicado en su cuenta de twitter algunas
fotografías del nuevo pesebre, abriendo así la puerta a comentarios y debates,
me he animado a hacer también público mi parecer.
Me
sentí aliviado al ver que casi la totalidad de las respuestas al twitter de
Pentin eran francamente negativas: horrible; esto no es arte, es una burla a la
Natividad de Nuestro Señor; parece profetizar el derrumbe de la Basílica de San
Pedro. Otros expresan su sorpresa de modo interrogativo: ¿por qué las figuras
tienen un aire deforme y demente?; ¿pero qué diablos es esto?; ¿se trata de una
broma? Y no falta quien propone encomendar a los responsables de este Nacimiento
y rezar un rosario en desagravio a Nuestra Señora.
No
hay que olvidar que los comentarios en twitter suelen ser extremos. Sin embargo,
muchas veces recogen esas primeras impresiones espontáneas y poco deliberadas (el
motus primo primi, dirían los
moralistas) que algunos hechos suscitan en nosotros.
Pues
bien, el primer movimiento que causa este presepio
no parece nada favorable. Por supuesto que es muy loable la idea de catequizar
con imágenes las tradicionales obras de misericordia corporales, y más aún si
se hace con la espléndida imaginería napolitana. Pero el Belén no parece ser el
marco más adecuado para tal finalidad. No puede permitirse que la centralidad
del nacimiento del Dios hecho hombre quede opacada por una multiplicidad de escenas
que ni de lejos parecen suscitar sentimientos de caridad o piedad. Y lo más
infame es constatar cómo la majestuosa desnudez del Divino Infante se verá
afrentada por un hombre desnudo de tinte sensual y exhibicionista. Me apena
profundamente la posibilidad de que familias y niños que se acerquen al Belén
de San Pedro para rezar, puedan retirarse con un sabor amargo tras contemplar
un cadáver, un desnudo o un loco en su mazmorra, que lejos de estar pidiendo
sepultura, vestido o visita, parecen reclamar ser retirados cuanto antes de la
escena.
Para
más detalles y comentarios ver: twitter. Edward Pentin
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