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habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino que recorre
el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de la alcoba. Ya
conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior.
Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a
aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la
gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.
Llévanos
a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por
ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en su
presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a
Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte
el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos
otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada, reconcílianos
con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que
recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste,
consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y
miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad.
Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre»
(San Bernardo, En el Adviento del Señor,
Sermón 2, 5).
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