Visitación de Domenico
Ghirlandaio (1491)
Foto wikimedia.org
«C
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uando
considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que
viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quienes se
dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro
al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la
vista de todos, en torno al Hijo el hombre. Al considerar el motivo de su
venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la
caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la
vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por
los hombres. Viene el hombre.
Alguien
dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas
partes? Estaba en el mundo, y aunque el
mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de
quien ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se
revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer
al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en
aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco
es indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad. El
que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a
conocer a los hombres» (San Bernardo, En
el Adviento del Señor, Sermón 3, 1).
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