"Verdaderamente,
oh Señor Jesucristo, jamás hubo dolor semejante al tuyo, pues fue tan grande la
efusión de tu sangre, que bañó con ella todo el cuerpo. ¡Oh buen Jesús! ¡Oh
dulcísimo Señor! Parece imposible que quede en ti algo de sangre, manando no
una gota, sino un río de sangre tan copiosamente por las cinco partes de tu
Cuerpo. De las manos y pies en la crucifixión, de la cabeza en la coronación de
espinas, de todo el Cuerpo en los azotes, hasta del mismo corazón en la herida
del costado. Dime por favor, oh mi amado Jesús, dime, ¿cómo, habiendo podido
bastar una sola gota de tu santísima sangre para la redención de todo el mundo,
permitiste que se derramara toda la sangre de tu Cuerpo? Lo sé, Señor, y lo sé
de cierto: lo hiciste para manifestarme con cuánto amor me amabas". (San
Buenaventura, Diez opúsculos místicos,
Buenos Aires 1947, p.220)
No hay comentarios:
Publicar un comentario