Santa
Teresa de Jesús, decía Benedicto XVI, “representa una de las cimas de la
espiritualidad cristiana de todos los tiempos”. Al celebrar hoy su fiesta en este año de jubileo por los 500 años de su natalicio, sirva como humilde homenaje el siguiente extracto de la audiencia que el Papa emérito dedicó a esta gran mujer, que dejó este mundo musitando con sincera satisfacción: «muero hija
de la Iglesia».
“No
es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad
teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa
Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y
humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto
nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria
y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la
audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva.
Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad,
alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía
con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios.
Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los
cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús
eucarístico.
Asimismo,
la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de
amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida
8, 5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de
Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un
tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad
al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae ii-ii, 23, 1). La
oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida
cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través
de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo
y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual
subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración,
sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que
envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una
verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella
misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición
para prorrumpir en una oración.
Otro
tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para
Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina
en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia
que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como
presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón
de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia:
manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y
conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la
intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y
está dispuesta a dar la vida por ella (cf. Vida 33, 5).
Un
último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la
perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma.
La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano
revive. Al final del recorrido del Castillo interior, en la última «morada»
Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en
la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.
Queridos
hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida
cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo
carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos
incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir
realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este
deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus
amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo,
día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y
eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo
adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a
Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida. (Benedicto XVI, Miércoles 2 de febrero de 2011).
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