“A
los ojos de la fe, escribe el Beato Columba Marmión, la misa pertenece a un
orden de valores infinitamente más elevado: glorifica plenamente a Dios. Muchos
espíritus son incapaces de comprender esta verdad; tacharán nuestras palabras
de exageradas, pero en el otro mundo, frente a la realidad, comprenderán que
las acciones verdaderamente grandes son aquellas cuyo alcance persiste en la
eternidad.
Se
habla a veces, con una especie de irreflexivo desdén, de un sacerdote que “dice
su misita” y que apenas puede ocuparse de un trabajo útil. Y sin embargo, a los
ojos de la Verdad infalible, ese sacerdote, por su sola misa celebrada con
piedad, aun cuando no haya nadie que asista a ella, realiza una obra divina,
porque honra al soberano Señor y lo vuelve propicio a las miserias del mundo
entero” (C. Marmión, Jesucristo ideal del sacerdote, Buenos Aires 1954, p.180).
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