lunes, 20 de febrero de 2023

SUMERGIDOS EN CRISTO. EL SIMBOLISMO DE UN RITO DE LA MISA

¡Qué riqueza de doctrina hay en este simbolismo! dice Georges Chevrot al explicar el antiguo rito de la mixtión del agua con el vino en el ofertorio de la Misa. Un texto que arroja luz para una más profunda participación en esta parte del Sacrificio Eucarístico.

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«Desde muy pronto, en la Iglesia de Occidente, la mezcla del agua con el vino que había de consagrarse fue considerada como un símbolo de la divinización del cristiano por su unión a Jesucristo. Pues del mismo modo que el agua y el vino ya no pueden ser separados una vez que se mezclan, tampoco nada separará de Cristo a los fieles que a Él se unan en el acto de su Sacrificio y se mantengan luego fieles en su amor. Más aún: en vano trataréis de reconocer gotas de agua una vez que se hayan mezclado con el vino: pues del mismo modo, una vez unidos a Jesús en el Ministerio de la Redención que perpetua la Misa, nuestra indignidad desaparece a los ojos de Dios, se sumerge en la santidad de su Hijo. Por el Sacramento de la Eucaristía nuestra humanidad entrará en contacto con la Divinidad, pero en la ofrenda del sacrificio, así como el agua confundida con el vino se convertirá también en la Sangre de Jesús, así también nosotros no seremos ya con Cristo más que una sola Hostia, la que el Padre contemplaba con amor infinito cuando se inmolaba en la Cruz.

¡Qué riqueza de doctrina hay en este simbolismo! Está resumida en la oración que pronuncia el sacerdote, no cuando vierte el vino en el cáliz, sino cuando bendice luego el agua y le añade el vino, es decir, cuando realiza el rito que simboliza la unión del cristiano con Jesucristo.

Esta segunda oración es, con mucho, la más bella de las siete. Se reconoce en ella el cuño de las colectas romanas y es, efectivamente, la adaptación de una colecta para el día de Navidad usada en tiempo de San León:


¡Oh Dios, que maravillosamente criaste en dignidad la naturaleza humana y con mayores maravillas la reformaste! Concédenos, por el misterio de este agua y vino, que participemos de la divinidad de Aquel que se dignó participar de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Esta oración exhala su perfume de Navidad al evocar el “admirable intercambio que se realizó en la inolvidable noche de Belén entre el Hijo de Dios y el género humano”. O admirabile commercium!, cantamos entonces (¡Oh, qué ventajoso trueque! ¡Oh, qué buen negocio!) Para que el Hijo de Dios viniese a habitar entre nosotros, nosotros le cedimos nuestra naturaleza humana, pero cuando Él nos abandone para volver a Su Gloria nos dejará, en pago, Su Divinidad.

La Misa es la renovación de este prodigioso intercambio. Preparémonos a él desde el Ofertorio… Nosotros traemos al altar nuestros trabajos humanos y nuestros dolores humanos, y el Señor, al hacerlos suyos después de la Consagración, les confiere un valor divino. ¡Oh, qué maravilloso intercambio! Christo populus adunatur, escribe Santo Tomás a propósito de este rito. El pueblo fiel está unido a Cristo. Se comprende, señala a continuación el autor, «que el momento del Ofertorio, durante el cual un espectador poco sagaz podría suponer que tan sólo el sacerdote está ocupado en la preparación material del sacrificio, es para cada uno de los concurrentes el tiempo de una preparación necesaria» (G. Chevrot, Nuestra Misa, Madrid 1962, p. 157 y ss).


martes, 17 de enero de 2023

VESTIMENTA LITÚRGICA

Nuevo fragmento del artículo La disciplina litúrgica de don Enrico Finotti sobre el sentido e importancia de los ornamentos litúrgicos. 

El vestido litúrgico

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

Se debe hacer un discurso específico con relación a la vestimenta litúrgica que recubre el cuerpo de los ministros sagrados. La normativa litúrgica ordena el uso de los ornamentos de modo completo y llevarlos de manera digna. No se trata de una mera cuestión estética, sino de un testimonio necesario de la excelsa dignidad sacerdotal y de la sublimidad de los misterios a los que el sacerdote debe «servir». Que esto sea una costumbre de derecho divino lo atestigua con toda evidencia la Sagrada Escritura, donde Dios mismo estableció el uso, la forma y la calidad de las vestiduras sagradas que debían vestir el sumo sacerdote Aarón y todos los demás sacerdotes y levitas del templo. La Iglesia, siguiendo a su Maestro y Señor, que no vino a abolir, sino a llevar a término la obra de la salvación, ha seguido utilizando, según las nuevas exigencias de la liturgia cristiana, los ornamentos sagrados y ha elevado enormemente su belleza y simbología. Sin embargo, no faltan insidias importantes que amenazan el uso de las vestiduras sagradas, especialmente si son preciosas y antiguas.

Se trata de un pauperismo que, en nombre de una supuesta ‘pobreza evangélica’, despoja totalmente los ritos de su grandeza y solemnidad, como si la majestad de Dios tuviera que desaparecer y ser sustituida por la desolación de la cruz o, más aún, por una confianza buenista e igualitaria con el Omnipotente en nombre de un recurso banal al Abbá evangélico.

Además, la indigencia de los pobres debería, según esta visión reductiva, restar valor a cualquier manifestación de la gloria divina, que siempre ha constituido la intención primaria de la contemplación adoradora de las realidades celestiales, intrínseca a la liturgia. De aquí que la disciplina ritual mande cuidar los ornamentos sagrados y vestirlos en todas sus partes sin omisiones gratuitas. También el revestirse con ellos debe hacerse en un clima de oración y de piadosa reserva para poder llevarlos con propiedad sagrada durante la celebración de los ritos.

La recuperación de las antiguas oraciones para vestir los ornamentos durante la praeparatio ad Missam podría ayudar no poco a crear una adecuada relación con la vestidura litúrgica. La confección de ornamentos de calidad, su bendición y cuidadosa conservación en la sacristía debe convertirse en una tarea irrenunciable del sacerdote; éste debe ser formado para ejercer personalmente el ostiariado, ministerio que está vinculado a la naturaleza misma del Orden.

Para una completa preparación en esta materia, también es necesario saber evaluar el valor artístico y cultural de los ornamentos antiguos o preciosos, de manera que puedan ser catalogados y eventualmente expuestos en un museo dentro de un ámbito sagrado, para gloria de Dios y honor de su Iglesia. Sostener que tal preparación contrasta con la ‘mentalidad evangélica’, que es un obstáculo para una pastoral pragmática-sociológica y que no interpreta las instancias actuales de las múltiples ‘sensibilidades eclesiales’, sería como afirmar que todo el conjunto del arte y de la cultura de los pueblos debería considerarse insignificante para la sociedad moderna.


 

jueves, 12 de enero de 2023

CON INMENSA GRATITUD: REQUIESCAT IN PACE


«He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe. Solo me queda recibir la corona merecida, que en aquel día me dará el Señor, justo Juez; y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan con amor su venida»
(2 Tim 4, 4-5)

sábado, 24 de diciembre de 2022

BELÉN, MISTERIO DE PARADOJAS SANTAS

El Nacimiento del Señor en Belén de Judá nos manifiesta el amor inmenso de Dios por los hombres. Un amor a veces paradojal, que siempre nos sorprende, que invita y mueve a la contemplación silenciosa, como tantos autores cristianos lo han hecho notar. Junto a una breve selección de textos, vayan también nuestros mejores deseos de una santa y feliz Navidad.

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«Jesús yace en el pesebre, pero lleva las riendas del gobierno del mundo; toma el pecho, y alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, y nos viste a nosotros de inmortalidad; está amamantando, y lo adoran; no halló lugar en la posada, y Él fabrica templos suyos en los corazones de los creyentes. Para que se hiciera fuerte la debilidad, se hizo débil la fortaleza… Así encendemos nuestra caridad para que lleguemos a su eternidad» (San Agustín, Sermón 190).

«Es preciso mirar al Niño, Amor nuestro, en la cuna. Hemos de mirarlo sabiendo que estamos delante de un misterio. Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido. Para esto, nos hacen falta las disposiciones humildes del alma cristiana: no querer reducir la grandeza de Dios a nuestros pobres conceptos, a nuestras explicaciones humanas, sino comprender que ese misterio, en su oscuridad, es una luz que guía la vida de los hombres» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa).

«Un establo era el último lugar del mundo en que podía ser esperado. La Divinidad se halla donde menos se espera encontrarla. Ninguna mente humana podría haber sospechado jamás que Aquel que pudo hacer que el sol calentara la tierra, hubiera de necesitar un día a un buey y a un asno para que le calentasen con su aliento... Nadie habría sospechado que al venir Dios a esta tierra se hallara hasta tal punto desvalido» (Venerable Fulton J. Sheen, Vida de Cristo).

«Pues ¿cómo el hombre no sale de sí considerando estos dos extremos tan distantes: Dios en un establo, Dios en un pesebre, Dios llorando y temblando de frío y envuelto en pañales? ¡Oh Rey de gloria! ¡Oh espejo de inocencia! ¿Qué a ti con estos cuidados? ¿Qué a ti con lágrimas? ¿Qué a ti con el frío y desnudez y con el tributo y castigo de nuestros pecados? ¡Oh caridad! ¡Oh piedad! ¡Oh misericordia incomprehensible de nuestro Dios! ¿Qué haré, Dios mío? ¿Qué gracias te daré? ¿Con qué responderé a tantas misericordias? ¿Con qué humildad responderé a esta humildad? ¿Con qué amor a este amor? ¿Y con qué agradecimiento a este tan grande beneficio»? (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo).

 


 

 

martes, 20 de diciembre de 2022

CONVENÍA QUE EL HIJO SE ENCARNARA

Recojo una página selecta y profunda de Tomás de Aquino sobre la conveniencia de que fuera precisamente la persona del Verbo la que se encarnara en orden a nuestra redención.

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Si fue más conveniente que se encarnase el Hijo en lugar
del Padre o del Espíritu Santo

Respuesta: Fue lo más conveniente que se encarnase la persona del Hijo.

En primer lugar, por parte de la unión, pues las cosas que son semejantes se unen apropiadamente. Y la persona del Hijo, que es el Verbo de Dios, guarda una semejanza común, por un lado, con todo lo creado. El verbo del artista, es decir, su idea, es la semejanza ejemplar de sus obras. Por eso, el Verbo de Dios, que es su idea eterna, es la idea ejemplar de toda criatura. Por eso, así como por la participación en ese arquetipo se constituyen las criaturas en sus propias especies, aunque de manera variable, así también fue conveniente que, por la unión personal, no participativa, del Verbo con la criatura, ésta fuera restituida en orden a una perfección eterna e inmutable, pues también el artista restaura sus obras, en caso de que se deterioren, de acuerdo con la idea que le inspiró esas mismas obras. Por otro lado, el Verbo tiene una conformidad especial con la naturaleza humana, porque Él es la idea de la sabiduría eterna, de la que procede toda la sabiduría humana. Y ésta es la causa de que el progreso del hombre en la sabiduría, que es su perfección específica en cuanto ser racional, se produzca por participar del Verbo de Dios, al modo en que el discípulo se instruye por la recepción de la palabra del maestro. Por eso se dice en Eclo 1, 5: La fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en los cielos. Luego, con miras a la total perfección del hombre, fue conveniente que el propio Verbo de Dios se uniese personalmente a la naturaleza humana.

En segundo lugar, puede descubrirse un argumento de esta conveniencia en el fin de la unión, que es el cumplimiento de la predestinación, es a saber: de aquellos que han sido destinados de antemano a la herencia celestial, que solo es debida a los hijos, de acuerdo con Rom 8,17: Hijos y herederos. Y por eso fue conveniente que los hombres participasen de la filiación divina adoptiva por medio del que es Hijo natural, como dice el mismo Apóstol en Rom 8, 29: A los que de antemano conoció, también los predestinó a hacerse conformes con la imagen de su Hijo.

Finalmente, otro motivo de esta conveniencia puede tomarse del pecado del primer hombre, al que se suministra remedio por medio de la encarnación. Pues el primer hombre pecó codiciando la ciencia, como es manifiesto por las palabras de la serpiente, que prometía al hombre la ciencia del bien y del mal (Gen 3, 5). Por eso resultó conveniente que el hombre, que se había apartado de Dios mediante un apetito desordenado de saber, fuese reconducido a Él por el Verbo de la verdadera sabiduría. (S. Th., III, q. 3. a. 8 c)


Artículo completo en:
https://hjg.com.ar/sumat/d/c3.html#a8

 

martes, 29 de noviembre de 2022

GRAVEDAD SACERDOTAL

Publico un nuevo extracto del artículo La disciplina litúrgica de don Enrico Finotti aparecido en la revista Liturgia Culmen et Fons (n.1/2021). En esta oportunidad se trata de la gravitas sacerdotalis, la gravedad sacerdotal, un valor imprescindible en la persona del sacerdote cuando celebra los sagrados misterios. La gravitas era una de las antiguas virtudes romanas muy apreciada por la sociedad. Denota en quien la ejercita la idea de peso o profundidad, de seriedad y dignidad, valores de especial relevancia en quien debe presidir el culto a Dios. La vida del sacerdote debe reflejar esa gravedad que Cristo siempre manifestó a lo largo de su vida, tanto en los momentos de aclamación como de dolor.

La gravitas sacerdotalis

Fuente: liturgiaculmenetfons.it

«En cuanto al cuerpo, podemos recordar una virtud necesaria para el ejercicio del culto, sobre todo el público y oficial como es la liturgia: la gravitas sacerdotalis. El entero conjunto de las actuaciones corporales del ministro debe inspirarse en movimientos y gestos impregnados de gravedad, para no caer nunca en actitudes profanas, ni mucho menos ostentosas, y así transmitir a la asamblea santa la dignidad del sacerdote dotado de carácter sagrado y la sublimidad de los actos rituales, que en su máxima expresión alcanzan la identificación con los gestos mismos del Señor, cuando el sacerdote actúa in persona Christi capitis.

La gravitas brota del buen sentido natural y de la pietas sobrenatural, que recibe de la tradición litúrgica secular las mejores modalidades creadas por la fe de los Padres, perfeccionadas por la piedad de los santos y pulidas por el escrutinio secular del uso litúrgico. Recurrir con humildad a tales comportamientos es signo de sabiduría y es la mejor defensa contra una supuesta modernidad que no tardará en manifestarse efímera. La gravedad se adquiere, más que en el estudio, en la experiencia viva de la celebración, que debería ser ofrecida con seguridad ante todo por la liturgia pontifical y por el ejemplo luminoso de los obispos.

En consecuencia, la catedral debería representar el mejor campo litúrgico al que los futuros sacerdotes y todo el clero deberían poder recurrir siempre como lugar de verificación de un proceder correcto. Así, por ejemplo, que el cuerpo se inclina profundamente con reverencia ante el altar, la cruz, las imágenes sagradas y los objetos benditos según las indicaciones de las rúbricas; que hace una genuflexión devota ante el Santísimo Sacramento; que se arrodilla en la adoración eucarística y en los ritos penitenciales; que se postra en las ordenaciones sagradas y en la acción litúrgica del viernes santo; que camina con propiedad en las procesiones litúrgicas y se sienta con dignidad sagrada en los momentos señalados.

Todo este comportamiento depende al mismo tiempo de una vigilancia interior y de un continuo control exterior, que con en el ejercicio constante se convierte en un habitus permanente, otorgando al sacerdote la adquisición espontánea de la virtud de la gravitas. Es necesario evitar el error, hoy bastante difundido, de considerar la gravitas sacerdotalis y el compromiso con ella como un síntoma patológico que rompería una supuesta autenticidad e impediría el contacto pastoral. En realidad son precisamente estos dos elementos los que la exigen: sin la gravitas la autenticidad termina en superficialidad y la eficacia pastoral cae tristemente en profanación».


lunes, 21 de noviembre de 2022

LA VIDA ETERNA

En el último artículo de su comentario sobre el Credo, Santo Tomás de Aquino nos ha dejado un luminoso texto sobre la naturaleza de la vida eterna. Como dice San Agustín, el Símbolo de los Apóstoles ha de ser un espejo donde mirarnos: “mírate en él, para ver si crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días en tu fe”.

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«De manera harto apropiada concluye el Símbolo las verdades que hay que creer, con la que es corona de todos nuestros deseos, a saber, con la vida eterna...». Vamos ahora a considerar en qué consiste la vida eterna.

En primer lugar consiste en la unión con Dios. Dios mismo es el premio y el fin de todos nuestros trabajos: “Yo soy tu protector, y tu galardón grande sobre manera” (Gen 15. 1).

A su vez, esta unión consiste en la visión perfecta: “Ahora vemos en un espejo, confusamente, entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13, 12).

Consiste también en la suprema alabanza. Dice san Agustín en el libro 22 De Civitate Dei: “Veremos, amaremos, y alabaremos”. Y el profeta: “Gozo y alegría se hallarán en ella; acción de gracias y voz de alabanza” (Is 51, 3).

En segundo lugar, la vida eterna consiste en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, porque en ella todos los bienaventurados tendrán más de lo que anhelan y esperan.

En esta vida nadie puede ver colmados sus deseos, ni existe cosa creada capaz de dar satisfacción completa a los anhelos del hombre, pues solo Dios los sacia, y aun los excede infinitamente; por eso el hombre no descansa sino en Dios: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Agustín, en el libro I de las Confesiones). Pero, como en la patria los santos poseerán a Dios de una manera perfecta, es evidente que sus anhelos quedarán satisfechos, y aún sobrará gloria. Por ello, el Señor dice: “Entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21). Y san Agustín comenta: “El gozo entero no entrará en los gozantes, sino que los gozantes enteros entrarán en el gozo”. Y en los salmos se lee: “Cuando aparezca tu gloria quedaré saciado” (Ps 16, 15); “Él colma de bienes tus deseos” (Ps 102, 5).

Todo lo apetecible sobreabundará allí. Si se ansían deleites, allí se hallará el más grande y más perfecto deleite, pues tendrá por objeto al sumo bien, es decir, a Dios: “Entonces en el Todopoderoso abundarás de delicias” (Iob 22, 26); “A tu derecha, deleites para siempre” (Ps 15, 11). Si se ambicionan honores, en la vida eterna se alcanzará todo honor... Si se anhela ciencia, perfectísima la alcanzaremos en el cielo: conoceremos la naturaleza de todas las cosas, toda la verdad, todo lo que queramos, y poseeremos allí, junto con la vida eterna misma, cuanto deseemos poseer: “Todos los bienes acudieron a mí juntamente con ella (con la Sabiduría)” (Sap 7, 11).

En tercer lugar, la vida eterna consiste en una seguridad total. En este mundo no se da la perfecta seguridad, pues cuanto más tiene uno y más sobresale, tanto más recela y más necesita; pero en la vida eterna no existirá la tristeza, ni se pasarán trabajos, ni miedo alguno. “Se disfrutará de abundancia sin temor a los males” (Prv 1, 33).

En cuarto lugar, consiste en la feliz compañía de todos los bienaventurados, compañía que será de lo más agradable, porque serán de cada uno los bienes de todos. Efectivamente, cada uno amará a los otros como a sí mismo, y por ello disfrutará con el bien de los demás como con el suyo propio. De lo que resultará que se acrecentará la alegría y el goce de cada uno en la misma medida en que gozan todos. “Vivir en ti es júbilo compartido” (Ps 86, 7)». (Cf. Tomás de Aquino, Obras catequéticas, Ed. Eunate, Pamplona 1995, pp. 93-95).