sábado, 29 de junio de 2024

IN HONOREM SANCTORUM APOSTOLORUM PETRI ET PAULI

Imagen: wikipedia.org

Al menos en 6 ocasiones se hace mención explícita de los apóstoles Pedro y Pablo en el rito tradicional de la misa. Estas referencias no son reiteraciones inútiles, sino una clara manifestación del amor y veneración que los cristianos de todos los tiempos han guardado por estas figuras egregias, cimientos de la Iglesia, que amaron a Cristo con todas sus fuerzas y fecundaron la Iglesia con su sangre. Acudamos a la intercesión de estos santos Apóstoles para pedir la libertad y exaltación del rito romano tradicional, ya que en él se los invoca y honra de manera selecta y generosa. Desde su gloria pueden más que cualquier poder de la tierra. 


 

jueves, 27 de junio de 2024

PARA UNA COMUNIÓN FRUCTUOSA

«Puesto que el fin de la Eucaristía es la unión nuestra con Jesús y con Dios de modo íntimo, transformador y permanente, todo cuanto procure esta unión, en la preparación o en la acción de gracias, hará más intensos sus efectos.

La preparación habrá de ser, por lo tanto, una especie de unión por adelantado con el Señor. Suponemos estar ya unida el alma a Dios por la gracia santificante, sin lo cual la comunión sería un sacrilegio.

1) Antes que otra cosa hemos de procurar el perfecto cumplimiento de todos nuestros deberes de estado, en unión con Jesús, y para complacerle. Ciertamente éste es el medio mejor de hacer que venga a nosotros Aquel cuya vida entera se compendia en la obediencia filial a su Padre, para más complacerle: “Quae placita sunt ei facio semper” (Jn 8, 29).

2) Humildad sincera, fundada en parte en la grandeza y santidad del Señor, y en parte en nuestra pobreza e indignidad: Domine, non sum dignus... Esta disposición hace, por decirlo así, el vacío en nuestra alma, despojándola del egoísmo, de la soberbia, de la presunción; porque únicamente en el vacío de sí mismo se obra la unión con Dios: cuanto más nos vaciemos de nosotros, tanto mejor preparada queda nuestra alma para que Dios la tome y la posea.

3) A la humildad acompañará un ardiente deseo de unirnos con Dios en la Eucaristía: al sentir vivamente nuestra flaqueza y pobreza, suspiraremos, por el único que puede fortalecernos, enriquecernos con sus dones, y llenar el vacío de nuestro corazón. Este deseo, ensanchando los senos de nuestra alma, la abrirá de par en par para que en ella entre el que desea darse por entero a nosotros: Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum» (Lc 22, 15). (Ad. Tanquerey, Compendio de Teología Ascética y Mística, Ed. Palabra 1990, p. 165-166).

martes, 18 de junio de 2024

CARDENAL SARAH: UN ATEÍSMO PRÁCTICO SE DESLIZA DENTRO DE LA IGLESIA.

Recojo algunos párrafos de la conferencia que el Cardenal Robert Sarah pronunció en la Universidad Católica de América, Washington D. C., el pasado 13 de junio. Según el Cardenal, el desprecio por las tradiciones teológicas, magisteriales y litúrgicas de la Iglesia sería una manifestación más de ese “ateísmo práctico” que pretende no tanto negar a Dios como marginarlo del campo de juego. (Los destacados son nuestros). 

Video y texto completo en español en portaluz.org

«Hay un intento de ignorar, si no rechazar, el enfoque tradicional de la teología moral, tal como lo definen tan bien la Veritatis Splendor y el Catecismo de la Iglesia Católica. Si lo hacemos, todo se vuelve condicional y subjetivo. Acoger a todos significa ignorar la Escritura, la Tradición y el Magisterio.

Ninguno de los proponentes de este cambio de paradigma dentro de la Iglesia rechaza a Dios de plano, pero tratan la Revelación como algo secundario, o al menos en pie de igualdad con la experiencia y la ciencia moderna. Así es como funciona el ateísmo práctico. No niega a Dios, sino que funciona como si Dios no fuera central.

Vemos este enfoque no sólo en la teología moral, sino también en la liturgia. Las tradiciones sagradas que han servido bien a la Iglesia durante cientos de años ahora se presentan como peligrosas. Tanto enfoque en lo horizontal empuja hacia afuera lo vertical, como si Dios fuera una experiencia en lugar de una realidad ontológica.

Hay un entendimiento implícito por parte de los proponentes del ateísmo práctico de que la fe de alguna manera limita a la persona. Toman el axioma de San Ireneo, "la gloria de Dios es el hombre plenamente vivo", para significar que el fin más alto del hombre es ser plenamente él mismo. Esto es cierto si entendemos al hombre como una criatura hecha para Dios, pero los ateos prácticos ven a Dios y su orden moral como un factor limitante. Nuestra felicidad, según esta forma de pensar, se encuentra en ser quienes queremos ser, en lugar de conformarnos a Dios y a su orden.

Todo está muy orientado al ‘ahora’. Lo que tiene sentido es aquello que habla del momento contemporáneo, divorciado de nuestra historia individual y corporativa. Esta es la razón por la que las tradiciones de nuestra fe pueden ser descartadas tan fácilmente. Según los ateos prácticos, la tradición es vinculante, no liberadora.

Y, sin embargo, es a través de nuestras tradiciones que nos conocemos más plenamente a nosotros mismos. No somos seres aislados y desconectados de nuestro pasado. Nuestro pasado es lo que da forma a lo que somos hoy».


 

domingo, 16 de junio de 2024

«NON TIMEBO MALA». LA FORTALEZA DE UN GRAN PASTOR

San Juan Crisóstomo

Nam et si ambulavero in valle umbrae mortis, non timebo mala, quoniam tu mecum es. Virga tua et baculus tuus, ipsa me consolata sunt. (Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza.  Sal 23, 4). Esta experiencia de fe expresada por el salmista infunde en el alma creyente una seguridad y fortaleza admirables. Firmes en esta certeza, grandes pastores de la Iglesia a través de los siglos han sabido enfrentar con paz y abandono toda clase de peligros y adversidades en bien del rebaño que se les ha confiado. Un digno ejemplo lo vemos en la figura de San Juan Crisóstomo; en tiempos de dura persecución hacia su persona, adoctrinaba así a su pueblo:

«Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? Él me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, sino lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro» (San Juan Crisóstomo, Homilía antes del exilio, 1-3; PG 52, 427-430).