martes, 10 de octubre de 2017

UNA CORRESPONDENCIA SORPRENDENTEMENTE ACTUAL

Un huracán de estupidez y abyección sopla por todos lados sobre la vasta extensión del mundo católico

Cartuja de La Valsainte (Suiza). Aquí entró Dom Porion en 1925  

Me he topado por casualidad con una interesante correspondencia entre Jacques Maritain (1882-1973), el conocido filósofo francés, amigo cercano de Pablo VI, y Dom Jean-Baptiste Porion (1899-1987), religioso cartujo francés, hombre de gran contemplación y, durante años, Procurador general de la Orden de los Cartujos en Roma. Ambos fueron testigos privilegiados de la gestación y desarrollo del Concilio Vaticano II, como también del extraño cariz que iban tomando sus reformas a medida que la asamblea se acercaba a su fin. Estas cartas, a la vez que reflejan un ánimo alterado frente a las amenazas que se cernían sobre la Iglesia, me parecen de una actualidad sorprendente, a pesar del medio siglo transcurrido desde que fueron escritas. Esto me ha motivado a traducirlas y traerlas al blog. El caso del filósofo francés me parece además particularmente elocuente sobre otro hecho: la congoja y desolación hasta el desgarro que tantos espíritus experimentaron por la precipitada y desprolija invasión de la lengua vernácula en la liturgia. Esperemos que las recientes disposiciones que otorgan mayor autonomía a las conferencias episcopales para la traducción de los textos litúrgicos, no se transforme en otra ola de fealdad y mal gusto que golpee nuevamente nuestra frágil liturgia, hace tiempo en riesgo de zozobrar.

Carta de Dom Jean-Baptiste Porion a Jacques Maritain, 7 de mayo de 1965

Estimado Señor Maritain,

[…] encomiendo a vuestra oración nuestro próximo capítulo general. En este  deslizamiento de tierra que socava todas las estructuras de la Iglesia, hasta ahora nuestra Orden no se ha movido. Pero es difícil que no se resienta por las consecuencias. Lo que más me preocupa actualmente, son los esfuerzos del cuerpo eclesiástico por expulsar el elemento eremítico, ascético y contemplativo  de la tradición cristiana.
En el pasado, los pontífices podían ser santos o estar muy lejos de serlo, y lo mismo los teólogos, pero su estima por la vida monacal y por su dedicación a las realidades eternas no variaba; nosotros hemos vivido nueve siglos de la fe de la Iglesia, somos un acto de fe de la Iglesia. Si se confirma el cambio que se ha producido en este sentido, es difícil que no sea fatal para las Órdenes de monjes, o de monjas contemplativas y de clausura.
Encuentro a mis interlocutores romanos más o menos resignados a esta evolución. Lo que apremia a los clérigos actualmente es la urgencia por abrir la Iglesia a los valores del mundo, manifestar en su nombre «una auténtica voluntad de acogida» para el mundo y sus progresos maravillosos. (Hay en este deseo algo de auténtico y justo, pero también un acento de vulgaridad y de tontería tan profunda, que no es posible formularlo sin ironía.)  Por otra parte, en el hecho mismo de nuestro creciente aislamiento, reconocemos una característica de nuestra vocación y la tomamos como una gracia, tratando de ser más fiel a ella.
Agradeciéndole una vez más, ruego que acepte, querido Señor Maritain, mis sentimientos de respeto.
En Nuestro Señor,
J. Baptiste M. Porion, O. Cart.

Respuesta de Jacques Maritain

Toulouse, 16 de mayo de 1965

  Mil gracias por su amable carta, mi querido Padre y amigo. [...] Lo que me ha escrito acerca de su próximo capítulo general me ha conmovido profundamente. Me parece muy significativo desde el punto de vista de la filosofía de la historia que, justo cuando en el Concilio el Espíritu Santo hace proclamar (en un lenguaje a mi parecer demasiado cargado de retórica) cambios de actitud que representan un progreso inmenso (y que han tardado demasiado), al mismo tiempo un huracán de estupidez y de abyección de poder extraordinario y aparentemente irresistible, sople por todos lados sobre la vasta extensión del mundo católico, especialmente el eclesiástico. Esta crisis me parece una de los más graves que la Iglesia jamás ha conocido. Ella tiene a mis ojos un carácter escatológico y parece anunciar grandes apostasías. [...] Lo que hoy vemos es una postración delirante y general ante el mundo. Todos estos católicos, todos estos sacerdotes extasiados ante el mundo, dando gemidos de amor y adoración cuando se trata de él, y que repudian frenéticamente todo aquello que, tanto en el orden intelectual como en el orden espiritual, ha constituido la fuerza de la Iglesia, es verdaderamente un espectáculo curioso, y que no se explica, a mi parecer, más que de una manera freudiana, por una repentina liberación colectiva de miserables libídines reprimidas durante largo tiempo. No es el becerro de oro lo que adoran, sino una cerda de aluminio con cerebro electrónico. Y si todavía se dicen cristianos, es porque creen que mediante un cristianismo debidamente mundanizado podremos alcanzar al fin «la plenitud de la naturaleza». Está claro que Dios y el diablo trabajan simultáneamente en la historia humana; y cuando el Espíritu Santo comienza a soplar, el otro produce inmediatamente sus huracanes.
Perdone toda esta perorata debida sin duda a la exasperación en que me encuentro al ver la misa, que cada mañana era un momento de paz para mi pobre alma, invadida ahora por la tontería, la fealdad y la vulgaridad de la estúpida traducción francesa que nuestro episcopado se apresuró en aprobar…
Reciba, mi querido Padre y amigo, mi más afectuosa y devota veneración.
Jacques Maritain

Fuente y textos originales: lesalonbeige

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