Virgen Dolorosa. Escuela Quiteña siglo XVIII
«El martirio de la Virgen queda
atestiguado por la profecía de Simeón y por la misma historia de la pasión del
Señor. Éste –dice el santo anciano, refiriéndose al niño Jesús– está puesto
como una bandera discutida; y a ti –añade, dirigiéndose a María– una espada te
traspasará el alma.
En verdad, Madre santa, una espada
traspasó tu alma. Por lo demás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de
tu Hijo sin atravesar tu alma. En efecto, después que aquel Jesús –que es de
todos, pero que es tuyo de un modo especialísimo– hubo expirado, la cruel
espada que abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto, cuando ya no
podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya.
Porque el alma de Jesús ya no estaba allí, en cambio la tuya no podía ser
arrancada de aquel lugar. Por tanto, la punzada del dolor atravesó tu alma, y,
por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos
de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal.
¿Por ventura no fueron peores que una
espada aquellas palabras que atravesaron verdaderamente tu alma y penetraron
hasta la separación del alma y del espíritu: Mujer, ahí tienes a tu hijo? ¡Vaya
cambio! Se te entrega a Juan en sustitución de Jesús, al siervo en sustitución
del Señor, al discípulo en lugar del Maestro, al hijo de Zebedeo en lugar del
Hijo de Dios, a un simple hombre en sustitución del Dios verdadero. ¿Cómo no
habían de atravesar tu alma, tan sensible, estas palabras, cuando aun nuestro
pecho, duro como la piedra o el hierro, se parte con sólo recordarlas?
No os admiréis, hermanos, de que María
sea llamada mártir en el alma. Que se admire el que no recuerde haber oído cómo
Pablo pone entre las peores culpas de los gentiles el carecer de piedad. Nada
más lejos de las entrañas de María, y nada más lejos debe estar de sus humildes
servidores.
Pero quizá alguien dirá: «¿Es que María
no sabía que su Hijo había de morir?» Sí, y con toda certeza. «¿Es que no sabía
que había de resucitar al cabo de muy poco tiempo?» Sí, y con toda seguridad.
«¿Y, a pesar de ello, sufría por el Crucificado?» Sí, y con toda vehemencia. Y
si no, ¿qué clase de hombre eres tú, hermano, o de dónde te viene esta
sabiduría, que te extrañas más de la compasión de María que de la pasión del
Hijo de María? Este murió en su cuerpo, ¿y ella no pudo morir en su corazón?
Aquélla fue una muerte motivada por un amor superior al que pueda tener
cualquier otro hombre; esta otra tuvo por motivo un amor que, después de aquél,
no tiene semejante».
(San Bernardo, Sermón domingo infraoctava de la Asunción. Oficio
de Lectura, 15 de septiembre, Nuestra Señora de los Dolores).