«Si deseamos un perfecto dechado de los sentimientos de que debemos estar animados al asistir a la santa misa, no busquemos otro que María al pie de la cruz. En pie, como un sacerdote ante el altar, ofrece a su Hijo, y se ofrece a sí misma con él, como víctima para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Participa de los sufrimientos y de los interiores afectos de la víctima; padece en su corazón todos los tormentos, todas las humillaciones que padeció Jesús en su cuerpo y en su alma. Mártir es en supremo grado, porque, de ver padecer a su Hijo, sufre más que si ella padeciera todas aquellas angustias. Y lo es de buena voluntad y libremente, porque, sabiendo ser necesario el sacrificio para la gloria de Dios y nuestra salvación, da su consentimiento para la obra reparadora que lleva a cabo su Hijo, y le da con todo cariño, dichosa de cooperar a nuestra redención. ¡Cuán fecundos son de esa manera sus dolores! Padeciendo con Jesús y por los mismos fines, tendrá parte en la dispensa de las gracias merecidas por Él.; será, secundariamente y dependiente de su Hijo, la Medianera universal de la gracia; y, para declarar este cometido, Jesús, antes de expirar, le entrega como hijo a San Juan y, con éste, a todos sus discípulos.
Cuando, pues, oímos misa, trasladémonos en espíritu al pie del calvario, postrémonos humildemente junto a María, madre del Salvador y nuestra, y pidámosle nos comunique un tanto de sus sentimientos. Las estrofas del Stabat Mater nos inspirarán excelentes oraciones:
“Oh Madre, fuente de amor, haz que sienta tu dolor;
que llore contigo.
“Haz que arda mi corazón en el amor de Cristo Dios
para darle gozo.
“Santa Madre, graba fuertemente en mi corazón las
llagas del Crucificado.
“De tu llagado Hijo, que se dignó padecer tanto por
mí, dame parte en los dolores.
“Dame que llore contigo, que me duela con el
Crucificado mientras viva.
“Quiero estar contigo junto a la cruz, y juntar mi
llanto con el tuyo.
“Virgen la más preclara de las vírgenes, no seas dura
conmigo; dame que contigo llore.
“Pon sobre mí la muerte de Cristo; dame parte en su
pasión y que medite sus llagas.
“Con sus llagas hiéreme; con su cruz y con la sangre
de tu Hijo embriágame.
¿No es verdad que sentir así con María
es corresponder al deseo de Jesús, de que la misa sea una memoria y
representación viva de la Pasión; es comulgar con los sentimientos y afectos de
Jesús y percibir abundantemente los frutos del santo sacrificio; es mantenerse
unidos al divino Crucificado durante doto el día ofreciendo con él y por él
todas nuestras obras como otras tantas víctimas inmoladas por obediencia y
amor?». (A. Tanquerey, La Santa Misa, Santiago de Chile 1937. P. 42-43).
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