miércoles, 2 de febrero de 2022

VER A CRISTO, LA RECOMPENSA DE UNA LARGA ESPERA

Copio un breve extracto de la meditación que Dom Prospero Gueranger dedica en su Año Litúrgico a la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora. La imagen del santo anciano Simeón, bañado en lágrimas de emoción con Jesús niño entre sus brazos, nos recuerda que la visión de Dios es el fin último y supremo al que tiende toda esperanza cristiana. 

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«Vivía en Jerusalén un anciano, y su vida tocaba ya a su fin; mas, este varón de deseos, llamado Simeón, había sabido mantener viva en su corazón la esperanza del Mesías. Presumía que se acercaba ya su tiempo, y en premio a su esperanza, el Espíritu Santo le había hecho sentir que no se cerrarían sus ojos sin haber visto aparecer en el mundo la luz divina. Al tiempo que María y José subían las gradas del Templo, llevando al altar al Niño de la promesa, Simeón se siente movido interiormente por la fuerza del Espíritu divino; sale de su casa y se dirige hacia el Templo. Ante el umbral de la casa de Dios, sus ojos han reconocido a la Virgen profetizada por Isaías, y su corazón vuela hacia el Niño que tiene en sus brazos.

María, advertida por el mismo Espíritu, deja acercarse al anciano; deposita en sus trémulos brazos el tierno objeto de su amor y la esperanza de la salvación de los hombres. ¡Feliz Simeón, símbolo del mundo antiguo, envejecido en la espera y próximo a fenecer! Apenas ha recibido el dulce fruto de la vida cuando se renueva su juventud como la del águila; realizase en él la transformación que debe también operarse en la raza humana. Ábrese su boca, resuena su voz, y da testimonio como los pastores en la región de Belén, como los Magos del lejano Oriente. Oh Dios, dice, mis ojos han visto ya al Salvador que tenías preparado. Por fin luce la luz que ha de iluminar a los Gentiles, y que ha de ser la gloria de tu pueblo de Israel».

 


 

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