domingo, 10 de marzo de 2019

LAS TENTACIONES DE CRISTO. UNA REFLEXIÓN DEL CRISÓSTOMO

Entonces fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto 
para ser tentado por el diablo (Mt 4, 1 ss)


«C
omo el Señor todo lo hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por ello, como si fuera cosa que no era de esperar. No, no hay que turbarse, sino permanecer firme y soportarlo generosamente, como la cosa más natural del mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para combatir. Y ésa es la razón de que Dios no impide que nos acometan las tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien reprimir tu orgullo. Aparte de eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de si realmente le has abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener certidumbre plena de que te has apartado de él definitivamente. Cuarto motivo: las tentaciones te hacen más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto: ellas te dan la mejor prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Porque, si no hubiera visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor, no te hubiera atacado...
Y mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo; no a una ciudad ni a pública plaza, sino al desierto, Y es que, como el Señor quería atraer al diablo a este combate, le ofrece la ocasión no solo por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el diablo atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros mismos» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo. Hom 13, 1. Extracto).
                                        



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