Entonces fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto
para
ser tentado por el diablo (Mt 4, 1 ss)
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el Señor todo lo hacía y sufría para nuestra enseñanza, quiso también ser
conducido al desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los
bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben
por ello, como si fuera cosa que no era de esperar. No, no hay que turbarse,
sino permanecer firme y soportarlo generosamente, como la cosa más natural del
mundo. Si tomaste las armas, no fue para estarte ocioso, sino para combatir. Y ésa
es la razón de que Dios no impide que nos acometan las tentaciones. Primero,
para que te des cuenta que ahora eres ya más fuerte. Luego, para que te
mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la grandeza de los dones
recibidos, pues las tentaciones pueden muy bien reprimir tu orgullo. Aparte de
eso, aquel malvado del diablo, que acaso duda de si realmente le has
abandonado, por la prueba de las tentaciones puede tener certidumbre plena de
que te has apartado de él definitivamente. Cuarto motivo: las tentaciones te
hacen más fuerte que el hierro mejor templado. Quinto: ellas te dan la mejor
prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Porque, si no hubiera
visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor, no te hubiera
atacado...
Y
mirad a dónde, apoderándose de Él, le conduce al Señor el Espíritu Santo; no a una
ciudad ni a pública plaza, sino al desierto, Y es que, como el Señor quería atraer
al diablo a este combate, le ofrece la ocasión no solo por el hambre, sino por
la condición misma del lugar. Porque suele el diablo atacarnos particularmente
cuando nos ve solos y concentrados en nosotros mismos» (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo. Hom 13, 1. Extracto).
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