Un huracán de estupidez y abyección sopla por todos lados
sobre la vasta extensión del mundo católico
Cartuja
de La Valsainte (Suiza). Aquí entró Dom Porion en 1925
Me he topado por
casualidad con una interesante correspondencia entre Jacques Maritain
(1882-1973), el conocido filósofo francés, amigo cercano de Pablo VI, y Dom
Jean-Baptiste Porion (1899-1987), religioso cartujo francés, hombre de gran
contemplación y, durante años, Procurador general de la Orden de los Cartujos en
Roma. Ambos fueron testigos privilegiados de la gestación y desarrollo del
Concilio Vaticano II, como también del extraño cariz que iban tomando sus
reformas a medida que la asamblea se acercaba a su fin. Estas cartas, a la vez
que reflejan un ánimo alterado frente a las amenazas que se cernían sobre la
Iglesia, me parecen de una actualidad sorprendente, a pesar del medio siglo transcurrido
desde que fueron escritas. Esto me ha motivado a traducirlas y traerlas al
blog. El caso del filósofo francés me parece además particularmente elocuente
sobre otro hecho: la congoja y desolación hasta el desgarro que tantos
espíritus experimentaron por la precipitada y desprolija invasión de la lengua
vernácula en la liturgia. Esperemos que las recientes disposiciones que otorgan
mayor autonomía a las conferencias episcopales para la traducción de los textos
litúrgicos, no se transforme en otra ola de fealdad y mal gusto que golpee nuevamente
nuestra frágil liturgia, hace tiempo en riesgo de zozobrar.
Carta de Dom Jean-Baptiste Porion a Jacques Maritain, 7 de
mayo de 1965
Estimado Señor Maritain,
[…] encomiendo a vuestra oración nuestro próximo capítulo
general. En este deslizamiento de tierra
que socava todas las estructuras de la Iglesia, hasta ahora nuestra Orden no se
ha movido. Pero es difícil que no se resienta por las consecuencias. Lo que más me preocupa actualmente, son los
esfuerzos del cuerpo eclesiástico por expulsar el elemento eremítico, ascético
y contemplativo de la tradición
cristiana.
En el pasado, los pontífices podían ser santos o estar muy
lejos de serlo, y lo mismo los teólogos, pero su estima por la vida monacal y
por su dedicación a las realidades eternas no variaba; nosotros hemos vivido
nueve siglos de la fe de la Iglesia, somos un acto de fe de la Iglesia. Si se
confirma el cambio que se ha producido en este sentido, es difícil que no sea
fatal para las Órdenes de monjes, o de monjas contemplativas y de clausura.
Encuentro a mis interlocutores romanos más o menos
resignados a esta evolución. Lo que apremia a los clérigos actualmente es la
urgencia por abrir la Iglesia a los valores del mundo, manifestar en su nombre
«una auténtica voluntad de acogida» para el mundo y sus progresos maravillosos.
(Hay en este deseo algo de auténtico y justo, pero también un acento de
vulgaridad y de tontería tan profunda, que no es posible formularlo sin
ironía.) Por otra parte, en el hecho mismo de nuestro creciente aislamiento,
reconocemos una característica de nuestra vocación y la tomamos como una
gracia, tratando de ser más fiel a ella.
Agradeciéndole una vez más, ruego que acepte, querido Señor
Maritain, mis sentimientos de respeto.
En Nuestro Señor,
J. Baptiste M. Porion, O. Cart.
Respuesta de Jacques
Maritain
Toulouse, 16 de mayo de
1965
Mil gracias por su amable carta, mi querido Padre y amigo.
[...] Lo que me ha escrito acerca de su próximo capítulo general me ha
conmovido profundamente. Me parece muy significativo desde el punto de vista de
la filosofía de la historia que, justo cuando en el Concilio el Espíritu Santo
hace proclamar (en un lenguaje a mi parecer demasiado cargado de retórica)
cambios de actitud que representan un progreso inmenso (y que han tardado
demasiado), al mismo tiempo un huracán de estupidez y de abyección de poder
extraordinario y aparentemente irresistible, sople por todos lados sobre la
vasta extensión del mundo católico, especialmente el eclesiástico. Esta crisis
me parece una de los más graves que la Iglesia jamás ha conocido. Ella tiene a mis ojos un carácter
escatológico y parece anunciar grandes apostasías. [...] Lo que hoy vemos es
una postración delirante y general ante el mundo. Todos estos católicos, todos
estos sacerdotes extasiados ante el mundo, dando gemidos de amor y adoración
cuando se trata de él, y que repudian frenéticamente todo aquello que, tanto en
el orden intelectual como en el orden espiritual, ha constituido la fuerza de la
Iglesia, es verdaderamente un espectáculo curioso, y que no se explica, a mi
parecer, más que de una manera freudiana, por una repentina liberación
colectiva de miserables libídines reprimidas durante largo tiempo. No es el
becerro de oro lo que adoran, sino una cerda de aluminio con cerebro
electrónico. Y si todavía se dicen cristianos, es porque creen que mediante un
cristianismo debidamente mundanizado podremos alcanzar al fin «la plenitud de
la naturaleza». Está claro que Dios y el diablo trabajan simultáneamente en la
historia humana; y cuando el Espíritu Santo comienza a soplar, el otro produce
inmediatamente sus huracanes.
Perdone toda esta perorata debida sin duda a la exasperación
en que me encuentro al ver la misa, que cada mañana era un momento de paz para
mi pobre alma, invadida ahora por la tontería, la fealdad y la vulgaridad de la
estúpida traducción francesa que nuestro episcopado se apresuró en aprobar…
Reciba, mi querido Padre y amigo, mi más afectuosa y devota
veneración.
Jacques Maritain
Fuente y textos originales: lesalonbeige
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