Extracto
de la catequesis de Benedicto XVI sobre San Ireneo, Obispo y mártir:
«San Ireneo es ante todo
un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el
celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender
de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las
verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras
que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y
"La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar
también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En
definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La
Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina
que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo
para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario,
los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"—
comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un
cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente,
este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes
corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos
para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo,
es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador
del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto
al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría
producido las cosas materiales, la materia.
Cimentándose
firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo
y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con
decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al
igual que la del espíritu. Pero su obra
va mucho más
allá de la confutación de la herejía; en efecto,
se puede decir que se
presenta como el primer gran teólogo de
la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de
la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.
En
el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de
su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la
práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el
Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo
apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a
comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.
De
hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san
Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al
apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la
verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe
sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los
obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles.
Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera
profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una
doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo
superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la
fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles,
es decir, de Jesús y de Dios». (Benedicto XVI,
Audiencia general, miércoles 28 de marzo de 2007)
Estimado redactor, soy de Argentina, y leo su página desde hace varios años, a raíz de un artículo sobre mirar al oriente de san Escribá. Le agradezco la labor de los excelentes textos que sube, la calidad de las reflexiones y lo animo a seguir con este apostolado que, aunque ud. no lo vea, tiene sus frutos en las almas.
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