En una franca y serena conversación, y a varios años de la promulgación de la Sacrosanctum Concilium, el Papa Pablo VI
confidenciaba a su amigo Jean Guitton la defectuosa aplicación de la reforma
litúrgica entonces en curso. A este respecto, copio un brevísimo párrafo de un
interesante libro de Guitton:
“No se haga ilusiones: la reforma litúrgica no se ha
aplicado bien en Italia. En cuanto a los sacerdotes, han adoptado el mal hábito
de no leer más que el canon II, que es el más corto, el más expeditivo. Se
trata de un efecto fatal de la pereza humana.”
(J.
Guitton, Pablo VI secreto, Ed.
Encuentro, Madrid 2015, p.144).
Da
pena que entre los motivos del abandono casi generalizado del canon romano en
nuestras parroquias, pueda contarse la prisa y desidia del clero. Eso sí, siempre
adornada o justificada de bellas expresiones como “mejor adaptación a las
necesidades de nuestro tiempo”, “noble sencillez” “vuelta a los orígenes”, etc.
También entre los efectos fatales de la
pereza humana en el campo litúrgico podrían mencionarse los siguientes:
negligencia para vestir todos los ornamentos sacerdotales, en particular el
amito, el cíngulo y la casulla, o bien la dalmática en el caso de los diáconos;
escasa dignidad en movimientos y posturas durante las celebraciones litúrgicas,
desafección en la purificación de los vasos sagrados y de los dedos que han
tocado las especies consagradas, falta de limpieza y planchado en albas,
manteles y corporales, misales y leccionarios en mal estado, etc. Por último, me
pregunto si el poco interés o atractivo que los jóvenes sienten hoy por el
estado sacerdotal no será también otro efecto fatal de la dejadez humana que
amenaza el porte sacerdotal, no obstante tratarse de una de las realidades más
sublimes y necesarias en nuestro mundo.
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