Recojo
a continuación el comentario de Santo Tomás de Aquino al artículo sexto del
Símbolo de los Apóstoles: «Subió a los cielos y está sentado a la diestra de
Dios Padre». El Doctor Angélico nos muestra la sublimidad, conveniencia y
utilidad de este admirable y postrer misterio de la vida de nuestro Señor en
la tierra.
“Después
de creer en la Resurrección de Cristo, hay que creer en su Ascensión, por la
que subió al cielo a los cuarenta días. Por ello se dice: Ascendió a los
cielos.
Acerca
de lo cual hay que notar tres cosas: que esta ascensión fue sublime, razonable
y útil.
A) Ciertamente fue
sublime, porque subió a los cielos. Y esto se explica de tres formas.
Primero, subió por encima todos
los cielos corpóreos. El Apóstol dice en Ef 4, 10: «Ascendió sobre todos los
cielos». Lo cual comenzó primeramente en Cristo, pues antes el cuerpo terreno
no estaba más que en la tierra, tanto que el mismo Adán no estuvo sino en el
paraíso terrenal.
Segundo, subió sobre todos los cielos espirituales, a
saber, sobre los seres espirituales: «Colocando a Jesús a su derecha en los
cielos sobre todo principado, potestad, virtud y dominación y sobre cuanto tiene
nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero; y sometió todas las
cosas bajo sus pies» (Ef 1, 20).
Tercero, subió hasta el trono del Padre: «He aquí que
venía sobre las nubes del cielo uno como Hijo del hombre y llegó hasta el
Anciano de días» (Dan 7, 13); y Mc 16, 19 dice: «Y en verdad el Señor Jesús, después
de hablarles, fue elevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios».
Pero
en Dios la diestra no se toma corporalmente, sino en sentido metafórico; en
cuanto Dios, estar sentado a la derecha del Padre, significa ser de la misma
categoría que Éste; en cuanto hombre, quiere decir tener la absoluta
preeminencia. Esto lo pretendió también el diablo: «Subiré al cielo, levantaré
mi solio sobre los astros de Dios; me sentaré en el monte de la alianza, en las
extremidades del aquilón; subiré sobre la altura de las nubes, seré semejante
al Altísimo» (Is 14, 13). Mas allí nadie llegó, a no ser Cristo; por eso se
dice: «ascendió al cielo, está sentado a la derecha del Padre». «Dijo el Señor
a mi Señor: siéntate a mi derecha» (Ps 109, 1)
B) La Ascensión de Cristo
fue razonable,
porque fue a los cielos. Y esto por tres motivos.
Primero, porque a Cristo se le debía el cielo por su misma
naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva al lugar de su origen, y el
principio del origen de Cristo está en Dios, que está sobre todas las cosas: «Salí
del Padre, y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16, 28). «Nadie
subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en
el cielo» (Jn 3, 13). También los santos suben al cielo, pero no como Cristo,
porque Cristo subió por su propio poder; los santos en cambio, arrastrados por
Cristo: «Atráeme en pos de ti» (Cant 1, 3); incluso puede decirse que nadie
sube al cielo sino Cristo sólo, porque los santos no ascienden sino en cuanto
son miembros de Cristo, que es Cabeza de la Iglesia: «Dondequiera esté el
cuerpo, allí se congregarán las águilas» (Mt 24, 28).
Segundo, se le debía a Cristo el cielo por su victoria.
Pues Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el diablo y lo venció; y
por eso mereció ser exaltado sobre todas las cosas: «Yo vencí y me senté con mi
Padre en su trono» (Ap 3, 21).
Tercero, le correspondía por su humillación. Ninguna
humildad es tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso hacerse
hombre, y siendo Señor quiso tomar la forma de siervo, haciéndose obediente
hasta la muerte, como se dice en Flp 2, y descendió hasta el infierno. Por eso
mereció ser exaltado hasta al cielo, a la sede de Dios. Pues la humildad es la
vía para la exaltación: «El que se humilla será exaltado» (Lc 14, 11); «el que
descendió, es el mismo que ascendió sobre todos los cielos» (Ef 4, 10).
C) En tercer lugar, la
ascensión de Cristo fue útil; y esto en tres aspectos.
Primero, como guía: pues ascendió para guiarnos. Nosotros
no sabíamos el camino, pero Él nos lo mostró: «Subirá delante de ellos el que
les abrirá el camino» (Miq 2, 13). Y para darnos la certeza de la posesión del
reino celeste: «Voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).
Segundo, para asegurarnos esta posesión, puesto que
subió para interceder por nosotros: «Accediendo por sí mismo hasta Dios,
siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb 7, 25); «tenemos un abogado
ante el Padre, Jesucristo» (1 Jn 2,1).
Tercero, para atraer hacia sí nuestros corazones: «Donde
está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt 6, 21); para que despreciemos
las cosas temporales: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de
allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; estimad los
bienes de arriba, no los de la tierra» (Col 3, 1-2)”.
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