Presento una traducción al español de un artículo del padre Uwe Michael Lang sobre la
conveniencia de una orientación común de sacerdote y pueblo en la celebración
litúrgica. El artículo es un valioso aporte que resume las ideas contenidas en su
libro Volverse hacia el Señor, (publicado
en español por Ediciones Cristiandad, Madrid 2007) y prologado por el entonces
Cardenal Joseph Ratzinger. Este artículo apareció publicado en la revista
francesa Catholica, n°89 de febrero
de 2010 y está disponible su versión digital. El Padre Lang puede ser
considerado un fiel intérprete de la teología litúrgica del papa Benedicto XVI. También se ha desempeñado como oficial de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y como Consultor de la Oficina de
las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
EL LUGAR DEL SACERDOTE Y DEL ALTAR EN LA
LITURGIA
Por el padre Uwe Michael Lang
El
hecho de que el sacerdote celebre la mayoría de las veces el sacramento de la
eucaristía cara a los fieles constituye uno de los cambios más notables que han
afectado a la liturgia católica en las últimas décadas. Esta evolución ha sido
acompañada por el uso de altares aislados, que a menudo han supuesto, en
iglesias cargadas de historia, trabajos de transformación tan radicales como
cuestionables. Se ha instalado la idea
-y no solamente en la opinión pública interna a la Iglesia- de que la
posición del celebrante de cara al pueblo en la misa constituye una obligación
e incluso que ella había sido ordenada por la reforma de la liturgia propuesta
por el concilio Vaticano II. Sin embargo, la lectura de los documentos del
Concilio y del post-Concilio muestra que nada es así. En la constitución
conciliar sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, no se habla ni de
celebración cara al pueblo ni de construcción de nuevos altares. Las normas
litúrgicas vigentes consideran como deseable que el altar principal se erija a
una cierta distancia de la pared para que sea posible rodearlo y también sea
posible una celebración cara al pueblo. En ningún caso se afirma que la
orientación del sacerdote de cara al pueblo deba ser considerada, siempre y por
todos, como la mejor manera de celebrar la Misa. Muchas personas, desde los
años sesenta, han expresado una opinión crítica sobre la extensión de este modo
de celebración versus populum. Junto al liturgista de Innsbruck, Josef Andreas
Jungmann, s.j., y del oratoriano francés Louis Bouyer, se puede mencionar a
Joseph Ratzinger, entonces un joven teólogo que había participado en el
Concilio y que más tarde llegó a ser el Papa Benedicto XVI. [1]
La
orientación del celebrante de cara al pueblo durante la totalidad de la ceremonia
eucarística, de hecho nunca ha sido oficialmente establecida y ni siquiera
introducida por la reforma litúrgica. En general, los argumentos extraídos de
la historia de la liturgia e invocados en su favor son la referencia a la
práctica litúrgica presumible de la Iglesia de los primeros tiempos. En cuanto
a los argumentos propiamente teológicos, están tomados de la noción de actuosa
participatio, la "participación activa" de los creyentes en la
liturgia, tal como la había presentado el Papa San Pío X y que ha sido puesta
en el centro de la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium. Pero en los últimos años ha visto la luz un
nuevo enfoque crítico; ella exige una profundización teológica de este
importante concepto cara a la interpretación que se le ha dado en el período
del post-concilio. Se discute el hecho de que si el “frente a frente”
permanente entre el sacerdote y los fieles sea provechoso para una
verdadera participación de los
creyentes, tal como viene exigida por el Concilio Vaticano II. En su importante
libro sobre el Espíritu de la liturgia, el cardenal Ratzinger hace de este modo
una distinción fundamental entre la liturgia de la Palabra y la Liturgia
Eucarística en sentido estricto: "Debe quedar muy claro que las acciones
externas son enteramente secundarias. El actuar debe quedar totalmente relegado
cuando se acerca lo auténtico: la “oratio”. Y debe ser visible que sólo la
“oratio” es lo auténtico y lo verdaderamente importante porque da paso a la
“actio” de Dios. Quien ha comprendido esto, entiende fácilmente que no se trata
ya de mirar o dejar de mirar al sacerdote, sino que se trata de mirar
conjuntamente al Señor y salir a su encuentro”. [2]
En esa
misma obra, el Cardenal Ratzinger señalaba igualmente el carácter trinitario de
la liturgia: toda celebración de la eucaristía es una oración dirigida al
Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. ¿Cómo expresar lo mejor posible este
comportamiento interior en los gestos litúrgicos? Cuando nosotros hablamos con
alguien, nos volvemos naturalmente hacia esa persona. Esto también vale para
las ceremonias litúrgicas, que implican que la oración del sacerdote y de los
fieles sea orientada hacia su divino destinatario. [3] Las expresiones
frecuentemente empleadas de “cara al pueblo" o "de espaldas al
pueblo", no toman en cuenta por lo demás a quién va dirigida la oración y
el sacrificio: al Señor.
En lo
concerniente a la dimensión histórica de la cuestión, es preciso señalar en
primer lugar que, desde los primeros tiempos, los cristianos se volvían hacia
el Este, hacia el sol naciente, para orar. Se consideraba que, tanto para la
oración privada como para la celebración litúrgica, no debía seguirse ya la
antigua costumbre judía de volverse hacia la Jerusalén terrestre para orar,
sino que parecía mejor volverse hacia la nueva Jerusalén, la ciudad celeste,
que el Señor resucitado formará para reunir a los redimidos cuando vuelva a
juzgar al mundo. El sol naciente fue considerado por los primeros cristianos
como una expresión adecuada de la esperanza en la parusía, del retorno de
Cristo en su gloria. La orientación hacia el Este se hizo determinante para la
liturgia y la construcción de iglesias en los siglos siguientes. Se piensa que
hasta la época de la baja Edad Media, los ábsides de las iglesias y los altares
debían estar orientados hacia el este, donde naturalmente fuese posible. Así,
el simbolismo cósmico de la misa tomó una forma concreta.
Incluso
en los lugares donde el cara a cara entre sacerdote y pueblo era
presumiblemente la regla –pensemos en ciertas iglesias de los primeros siglos
cuya entrada estaba orientada hacia el este, sobre todo en Roma y África del
Norte- el contacto visual no existía, al menos durante la Plegaria eucarística,
ya que todos oraban levantando los brazos y dirigiendo su mirada hacia el
cielo. En la Antigüedad y en la época de la alta edad media, habría resultado
extraño asociar una efectiva participación de todos en la acción litúrgica con
el hecho de poder observar las acciones del celebrante. En cualquier caso, la celebración
versus populum, tal cual se entiende hoy, era desconocida en la antigüedad
cristiana. Pretender tomar como ejemplo de esta manera de celebrar la práctica
de las basílicas romanas y su orientación -como la de San Pedro en Roma- sería
un anacronismo. [4]
La
orientación hacia el Este del sacerdote y de la comunidad durante la liturgia
eucarística, cuya práctica en la historia está muy tempranamente atestiguada,
no es mera casualidad. No se trata solamente de la transmisión de una
costumbre, sino de una orientación consciente hacia Dios en la oración, unida
de manera estrecha al sacrificio eucarístico. Guiado por el sacerdote, el
pueblo de Dios en peregrinación se pone en oración delante el Señor. La
indiscutible preferencia otorgada a una orientación común de la oración reside
en ese movimiento de ofrenda colectiva, gracias al cual la dimensión
sacrificial de la eucaristía viene valorizada. Por medio de Cristo, nosotros
presentamos una oración y una ofrenda; a la cabeza de la procesión por la que
se expresa este movimiento de ofrenda (prosphora, oblatio) se encuentra el
sacerdote, que se dirige con los fieles
hacia el Señor. La tesis de una relación objetiva entre el carácter sacrificial
de la Eucaristía y la orientación común de la oración, necesitaría sin duda un
análisis detallado, pero es bastante plausible. La experiencia pastoral de las
últimos decenios muestra bien que esa relación existe; es difícil poner en duda
el hecho de que la celebración versus populum ha ido acompañada de un fuerte
debilitamiento de la comprensión de la misa como representación actual y
ofrenda del único sacrificio de Cristo. Esto no quiere decir que la orientación
de la celebración sea la única causa de esta evolución. Sin embargo, en los
pioneros del movimiento litúrgico del siglo XX, el motivo principal de la
introducción de la celebración versus populum consistía en hacer cada vez más
presente la comprensión, supuestamente olvidada, de la eucaristía como comida
sagrada. Es forzoso reconocer que esta dimensión ha sido destacada de manera
unilateral, en detrimento de la afirmación de que la eucaristía es "un
Sacrificio visible, tal como la naturaleza del hombre lo requería". [5]
Bouyer ve en la oposición de la comprensión de la eucaristía como banquete y
como sacrificio un dualismo fabricado artificialmente, lo que parece absurdo a
los ojos de la tradición litúrgica [6]. La catequesis mistagógica, que es, sin
duda, muy importante, no podrá recuperar esta pérdida mientras el carácter
sacrificial de la misa no encuentre su expresión correspondiente en la forma
litúrgica. En otras palabras, todos los discursos bien intencionados sobre el
misterio de la eucaristía, sacrificio de Cristo y de la Iglesia, se pierden en
la lejanía si en las celebraciones vemos signos que parecen contradecirlos.
Como
argumento a favor de la celebración “cara al pueblo”, se dice con frecuencia
que es importante para que el diálogo entre el sacerdote y la asamblea (no se
trata ahora de cuestionar el papel de ese diálogo en ciertas partes de la
liturgia) pueda tener lugar. Sin embargo el principio que rige este intercambio
es el diálogo de todo el pueblo reunido, clero incluido, con Dios. El
liturgista francés Marcel Metzger ha llegado a decir que la celebración de la
misa versus populum no expresaría la forma verdadera de la Iglesia y del oficio
litúrgico. El sacerdote no celebra la Eucaristía hacia el pueblo, sino más bien
es toda la comunidad quien celebra permaneciendo vuelta hacia Dios Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo. El diálogo de Dios con su pueblo es valorizado
notablemente cuando el celebrante está vuelto hacia el ábside. Puesto que los
hombres están relacionados con el espacio y el tiempo, siempre sus oraciones y
alabanzas a Dios se realizan en lugares concretos y en momentos determinados,
en cierto sentido "se encarnan". Para Metzger, la orientación común
en la oración es la máxima expresión de esta representación espacial de Dios.
[7] Ahora bien, lo que es importante aquí no es la dirección hacia un lugar
determinado del cielo, sino la explicitación sensible de la auténtica forma de
la Iglesia a través de una orientación común de sacerdote y fieles hacia aquel
a quien dirigen su oración. En respuesta a la banalización y desacralización
progresiva de la vida litúrgica, todos los esfuerzos deben llevarse a cabo para
que den prioridad a la contemplación y a la adoración del Señor. Los sacerdotes
son servidores humildes y discretos de este misterio -ni más, ni menos-.
La
orientación común de la oración en la liturgia ha sido el uso casi universal de
las iglesias latinas hasta una época muy reciente. Ella sigue siendo la norma
en las iglesias de tradición bizantina, siríaca, armenia, copta y etíope. La
tradición litúrgica y la práctica actual de todas las iglesias orientales no
católicos y de la mayoría de las iglesias católicas orientales, conocen esta
orientación común del sacerdote y la asamblea, al menos para la anáfora. El
hecho de que en algunas iglesias orientales católicas, sobre todo de la
diáspora, se haya introducido la celebración cara al pueblo, se debe a las
influencias occidentales del post-concilio. Ello representa para estas iglesias
un distanciamiento de su tradición propia, como por ejemplo, entre los
maronitas y siro-malabares. Hace algunos años, la congregación romana responsable
a este respecto, indicó de manera muy clara que la celebración de la liturgia
versus orientem representaba una tradición viva, llena de significado,
transmitida desde los tiempos más remotos, y que era importante conservar. [8]
La
orientación común hacia Dios, que implica que todos estén vueltos hacia el
altar –sea o no efectiva la dirección hacia el Este- es la posición más
adecuada para celebrar la Eucaristía en sentido estricto, en particular el
Canon. No es más que en las partes litúrgicas en forma de diálogo, o durante la
proclamación de la Palabra y la distribución de la comunión, que el sacerdote
debe volverse hacia el pueblo. No se trata de ver aquí en detalle cómo esta
propuesta podría llevarse a cabo en la práctica de un modo concreto. Sin embargo,
la recomendación permanece: el sacerdote debería orar vuelto hacia el altar,
sobre todo en las iglesias antiguas donde hay un altar mayor, cuya cualidad
estética es con frecuencia importante y representa el rasgo dominante de todo
el espacio. Los grandiosos altares que se encuentran en las iglesias
occidentales de la Edad Media y de la época barroca, así como las estructuras
absidales del primer siglo que aún se conservan en las iglesias bizantinas y
orientales, contribuyen a honrar a Dios y hacerlo presente, de modo
sacramental, a los ojos de los cristianos reunidos para la oración y el
sacrificio de la Misa, la obra de la Redención realizada por Él. Pues “el
altar, por así decirlo, es una abertura en el cielo; bien lejos de cerrar el
espacio de la iglesia, permite la entrada de aquel que es el Oriente en la
comunidad reunida, y la salida de ésta fuera de la prisión de este mundo. [9]
Notas:
1. J. Ratzinger, «Der Katholizismus nach dem Konzil»,
Auf dein Wort hin. 81. Deutscher Katholikentag vom 13. Juli bis 17. Juli 1966
in Bamberg, Verlag Bonifacius-Druckerei, Paderborn, 1966, pp. 245-264; J. A.
Jungmann, «Der neue Altar», Der Seelsorger, n. 37, 1967, pp. 374-381; L.
Bouyer, Liturgy and Architecture, Notre-Dame, Indiana, 1967, trad. française :
Architecture et liturgie, Cerf, coll. «
foi vivante », 1991.
2.
L’Esprit de la liturgie, «Participation active», Ad Solem, Genève, 2001, p.
139. (La traducción de la cita la he tomado de la edición crítica: Joseph
Ratzinger, Obras Completas, Vol. XI. Teología de la liturgia, BAC, Madrid 2012,
p. 100).
3. J. Ratzinger, Das Fest des Glaubens. Versuche zur
Theologie des Gottesdienstes, Johannes Verlag, Einsiedeln, 1993, pp. 121-123.
4. A
este respecto se puede hacer referencia a los trabajos del liturgista de Ratisbona
Klaus Gamber, incluso si no son siempre exactos en cuanto a los detalles
históricos. K. Gamber, Ritus modernus. Gesammelte Aufsätze zur
Liturgiereform, Pustet, Ratisbonne, 1972; Liturgie und Kirchenbau. Studien zur
Geschichte der Meßfeier und des Gotteshauses in der Frühzeit, Pustet,
Ratisbonne, 1976.
5.
Concilio de Trento, sesión 22; “exposición de la doctrina en lo que concierne
al Sacrificio de la misa”, capítulo 1.
6. L. Bouyer, postface à Klaus Gamber, Zum Herrn hin !
Fragen um Kirchenbau und Gebet nach Osten, Pustet, Ratisbonne, 1994, p. 74.
7. M.
Metzger, « La place des liturges à l’autel », Revue des sciences religieuses,
n. 45, 1971, p. 140.
8.
Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus, Istruzione per l’applicazione delle
prescrizioni liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali «Il Padre
incomprensibile», Cité du Vatican, 1996, pp. 85-86 (n. 107).
9.
L’Esprit de la liturgie, « Le lieu sacré », pp. 59-60.
Versión
original en francés:
www.catholica.presse.fr/2010/04/11/la-place-du-pretre-et-de-lautel-dans-la-liturgie
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